domingo, 29 de noviembre de 2009

Aviso a los colegas enseñantes sobre lo posible contra el Poder y el Saber

Con respecto a lo que os puede mover a juntaros a hablar de las miserias y mentiras de la Educación, lo primero es para mí no creer que la desgracia, pesadumbre y vaciedad que se encuentra en esas Instituciones, [que los estudiantes suelen percibir, algo vagamente, como desencanto o tedio o pena (luego, suelen conformarse; pero algunos, hasta ya profesores, lo recuerdan con cierta fidelidad)] se deba a la mala organización de dichas Instituciones, al atraso, ni a la incapacidad o vicios personales de los que han ocupado sus Cátedras, Ministerios u otros Organismos: en suma, que se trata de defectos accidentales del Aparato, que con los oportunos planes y medidas pueden remediarse.

Por el contrario, quisiera que sintierais conmigo con claridad que esa desgracia, pesadumbre y vaciedad que los inexpertos denuncian, al menos en sus corazones (cuando se ponen a hacer reclamaciones y protestas, suelen recaer a su vez, los pobres, en los tópicos que se les dan hechos y a mano para el caso), pertenecen a la esencia misma de las Istituciones y les son inherentes a la Escuela, a la Universidad, a los Consejos de Investigación y a los Ministerios de Educación y Ciencia; porque, si no, la equivocación puede llevar a los bienintencionados renovadores, con otros Planes y alteraciones del Aparato más, a renovar el ciclo eterno de las reformas en que consiste la inercia de dichos mortíferos Institutos.

Sépase pues, si es posible, que es inherente a la Escuela y las demás Instituciones Pedagógicas el amortiguar la curiosidad y pasión de entender de los estudiantes, el desviarlos hacia fines impuestos desde Arriba, el convertir sus actividades en Trabajo, el someterlas a la examinación perpetua, el vaciarlas de sentido en sí al someterlas a un destino, Título o Colocación, y en una palabra, el aburrir al personal.

Que ello sea así es lógico y simple de entender: la Escuela entera y los otros Institutos de Enseñanza o Investigación están ligados al Estado, en las formas más o menos perfectas de éste, más o menos disimuladas; son parte del Aparato del Estado, y parte tanto más importante cuanto más el Estado progresa; o bien, al estilo tradicional americano, están ligados con las Grandes Empresas Comerciales, que igualmente los promocionan y patrocinan; y como, con el progreso del Progreso, Estado y Capital tienden cada vez más a confundirse y aspiran al ideal en que los dos son la misma cosa, ni siquiera hay ya lugar a distinguir entre las dos maneras de sometimiento: el caso es que son parte muy importante (como muestra fielmente la dedicación de millones a Educación y Cultura en los presupuestos del Estado y de la Banca) del Aparato.

Ahora bien, Estado y Capital no tienen interés en que se descubra nada: están montados ellos sobre la fe en la Realidad, en que las cosas son como son, y bien se guardarán todo lo que puedan de que alguien vaya a descubrir que son de otra manera, o sencillamente, que no son de ésa; y asimismo, la curiosidad o pasión de entender de la gente a medio formar no va a merecerles mucho cariño ni respeto: la tratarán más bien como una impertinencia, semejante a la que los padres sienten en el "¿Por qué?" insistente de sus retoños de tres o cinco años, y como tal impertinencia, y acaso peligro para su estabilidad y su progreso como Dios manda, tratarán de eliminarla, desviarla o asimilarla por todos los medios a su alcance.

Ya se sabía desde siempre que a los que mandan no les hace gracia que la gente piense ni que se comuniquen sus pensamientos, no sea que, aparte de lo que tengan de personal, idiótico y conforme, vayan a tener algo de común y popular; y eso, que se reconocía en las formas más bastas del Poder, como Imperios Romanos o Hispanos o Dictaduras, lo mismo se dice, sólo que con denuncia del correspondiente avance en la táctica, de las formas progresadas y actuales de Capital y Estado; no vaya a pensar alguno que Estado y Capital progresan en contra de su esencia. Sólo que en otros tiempos (pero los otros tiempos están en éste, que no es tiempo ninguno) los procedimientos que el Poder, por sus establecimientos de Educación y Ciencia, ponía en uso eran aquéllos de la censura brutal y el miedo (libros en el índice o en la hoguera, inquisiciones académicas, etc.), aquéllos de la rutina escolástica (desde catecismos para párvulos hasta tratados universitarios ortodoxos, más aplastantes por su insípida pesadez que por su doctrina), y en suma, la pedantería académica recubriendo la negra ignorancia, y más notablemente en sitios como España, donde el miedo, impuesto por la gran desgracia de un Imperio, al durar siglos, vino a volver más negra la insipiencia y más tristes los oropeles de vítores y cátedras que la recubrían.

Pero todo eso es cosa de antaño, nada más que la película de nuestras memorias, y no deben estudiosos ni políticos entretenerse mucho en pelear con endriagos de películas históricas, que no hacen sino distraerlos de atender a las modalidades actuales del asunto. Las formas progresadas de Estado y Capital no tienen a su servicio tales procedimientos de censura, hogueras ni credos ortodoxos: otros son los que corresponden a su desarrollo, y que se han demostrado mil veces más eficaces que aquéllos de la represión y las inquisiciones: en vez de prohibir o costreñir, se gestiona, se incentiva y se promociona, de modo que las funciones de la restricción venga a cumplirlas, mucho más eficazmente, la proliferación.

Es del caso comparar lo que ha pasado con el tratamiento de los ímpetus amorosos: habiéndose reconocido que el pecado, condena y represión eran procedimientos poco satisfactorios, se ha pasado rápidamente a poner por obra otros, que son la recomendación y exaltación del Sexo, la Industria Pornográfica y la Educación Sexual en las escuelas; los cuales ya se han demostrado harto más asoladores y catastróficos, como el Señor quería y podía preveerse: pues, si bien el prohibirte que se te empine (por poner el ejemplo en lo más trivial, que es lo masculino) puede producir disimulos y desviaciones que lleven en casos al repudrimiento y la enfermedad, el recomendártelo moralmente y casi ordenártelo a lo militar es el medio más seguro de que se te afloje mortalmente o de que apenques con cualquier sustituto de la cosa.

Pues así con el intelecto, la investigación y el estudio. Dejando ya el lado de la educación o formación de futuros ejecutivos de la Ciencia y la Enseñanza, a lo que ya arriba nos hemos trivialmente referido (reducción del estudio a Trabajo, su sumisión a fines de exanimación, colocación y título, que elimina la cosa del estudio a la par que condena a tedio a la persona), basta con fijarse en el lado más postinero: la Investigación.

Se exalta y se promueve a todo pasto la Investigación, la formación de Equipos de Investigación, el desarrollo de Planes de Investigación; se premian con dinero y con futuro las investigaciones en marcha y las concluidas; y casi da lo mismo el objeto de investigación que se proponga: preferiblemente, sí, será un objeto de los que al Mando le hacen ilusión, de los que Él cree que son conducentes a la aplicación crematística y al desarrollo de la Humanidad según Su idea; pero, si no es así, si se trata de investigaciones a las que no se les ve la punta, pero que son de prestigio cultural, de lujo y gala, también vale para el caso: ahí se desviará también la parte congrua de los fondos que Estado y Capital destinan, con progresivo despilfarro, a la Investigación.

El resultado es una proliferación semejante a la propia proliferación de prole humana por el mundo (producción a velocidad creciente de niños, esto es, futuros compradores de ordenadores personales y cadenas de Hi-Fi): es la balumba de Tesis Doctorales no promovidas por interés alguno en el asunto, sino por la promoción de la Persona; son las carretadas de artículos y libros y comunicaciones a congresos que no tienen más utilidad que la que al autor le presten para la formación del curriculum vitae respectivo, etc.
Pueden ser los productos de esa Investigación de dos tipos, según arriba se anunciaba: o sumisos o superfinos; pero de ambos modos serviciales al Estado y Capital que los promueven.

La justificación que los de Arriba tienen para ese manejo gigantesco consiste, ya se sabe, en la fe en que, contribuyendo cada uno, aunque sea con un granito (como cada hormiga), a la acumulación de saberes en depósito para el Día de Mañana, introduciendo el más chico perfeccionamiento en un detalle de una maquinita, que puede dar lugar a una nueva Patente para hoy y rendir mejores servicios el Día de Mañana, con eso se está positivamente contribuyendo a la Mayor Ciencia ("¡Lo que sabemos entre todos!", que comentaba ya Juan de Mairena) y a la Mejor Vida de la Humanidad, y a la costrucción justamente de ese Día de Mañana, donde todo, como en el Juicio Final de las viejas religiones, quedará sabido y justificado.

Que esa fe no tiene muchos visos de ser verdad ninguna, a cualquiera del común se le ocurre sospecharlo: que a lo mejor no hay Día de Mañana (o que en verdad ése es el nombre disimulado de la muerte) y que la Humanidad no avanza por ningún camino. Es incluso muy poco probable que ese Proyecto o Plan, en nombre del que toda educación o investigación se condiciona, tenga sentido alguno: porque, si lo tuviera, tendría que saberlo hasta el Ministro, Ejecutivo o Funcionario que dicta los Planes de Estudio, en que se distribuye lo que a cada curso y en cada clase debe enseñarse del Saber total; de manera que lo que va a saberse está sabido de antemano, y lo sabe hasta el Ejecutivo. Supongo que mis colegas profesores, ante tal suposición, carraspearán al menos, y los estudiantes, si se les enuncia bien, seguro que se mondan de la risa.

Pero no se pide aquí a nadie que positivamente crea que ese Plan o Proyecto de Futuro, en que la promoción de la Investigación (y la Enseñanza) se justifica, es mentira. Basta que se piense por un momento que puede no ser verdad; y entonces, el considerar lo que, en ese caso, se está haciendo con las inteligencias y vidas de los niños y los muchachos a medio costituir, con los millones invertidos en los procesos investigatorios y educativos, es más que bastante para hacerle temblar a uno.

¿Que qué hacer entonces? Sí, porque quemar el Instituto o la Universidad u Organismos similares tampoco puede ser: no sólo que sea inútil para romper eficazmente este Aparato, sino que además es imposible: porque a los Entes Astractos (y es de ésos de los que se trata) el fuego no los quema; y hasta puede ayudarles, según anda el Dinero, a promoverse el que se destruyan algunas de sus instalaciones o edificios. Por fortuna, el Poder no puede por menos de dedicarse a engañar a la gente, como arma primera suya, y para engañar, tiene que hablar (y el lenguaje, por más que los cultos lo perviertan, no nace de Arriba, sino de abajo), y al hacer proclamaciones, siempre cabe en cierta medida cogerlo por la palabra; y hasta los vocablos resultan con frecuencia reveladores cuando se les examina: hasta la palabra ‘investigación’ es ominosa para el Dominio, encerrando como encierra la sugerencia de 'seguir las huellas (del animal o del enemigo)', 'descubrir lo que se oculta'; de manera que investigar de veras sería un arma terrible contra el Poder, ese animal astracto que vive de la mentira.

Más llanamente: la sola fuente de confianza está en que el Aparato, con ser tan aplastante, no es omnipotente ni perfecto, y es por sus imperfecciones y sus grietas por donde puede respirar la posibilidad, nunca cerrada, de vida y de razón que sigue latiendo por lo bajo, en los corazones comunes de la gente, en su razón o lenguaje popular, y hasta en las almas de sus escolares, en la medida que tampoco estén del todo bien hechas y conformes, sino plagadas a su vez de resquebrajaduras y contradicciones.

O sea que cualquier renovación o revolución o descubrimiento habrá de hacerse no desde Arriba, sino desde abajo, y consistiendo en aprovechar por acá abajo, entre los que sientan todavía algo de pueblo y de contradicción en su razón y sus corazones, los fallos del Sistema y sus holguras.

No quieran engañarse los colegas y estudiantes renovadores: por más que las necesidades de ganarse el pan a lo académico les aprieten, por más desastrosa que la formación de sus almas haya sido, como el Señor no es omnipotente, siempre caben márgenes de desobediencia, y siempre cabe, como Prometeo a Zeus, tratar de engañarlo desde acá abajo, por los resquicios de las clases y los calendarios, y es dado, con la más limpia de las conciencias, intentar mentirle con la astucia más o menos fina que se pueda y, fingiendo servirle, si es que parece útil conservar uno su puesto de servicio, traicionarlo desde dentro de sus propias Instituciones y así servir al pueblo y a la razón común.

Es decir, que, viniendo a las labores cotidianas, siempre cabe hacer como que se entera uno, pero no enterarse, de los Planes de Estudio que caen de Arriba; hacer como que se examina y juzga a los estudiantes (si es que parece que negarse a examinar descaradamente pone en peligro el Puesto), pero en verdad no examinar ni colaborar a la faena de regularle al Sistema su flujo estudiantil y convertir el descubrimiento en asimilación forzada; siempre cabe también esa forma de rebelión paradójica que recomienda Jesucristo ("El que te cargare para un milla, síguele con su carga otras dos"), investigar más allá de lo que está mandado, hablar y leer de veras en las clases, y no para pasar la hora y el curso, que es lo que se exige: estudiar de veras con los estudiantes y descubrir, caiga quien caiga, lo mal sabido que es lo sabido; en fin, maneras con que la pasión de la inteligencia halla astucias para aprovechar las holguras que el Sistema siempre deja en contra de sus intenciones; cosas que seguro que muchos profesores, movidos por su propia honradez, ya hacen según se les tercia, pero que bien será decírselo, para que lo sigan haciendo con más abundancia y tranquilidad.

¡Qué, si hasta aquéllos que se encuentren, por su sino, ocupando cargos en la Administración de la Ciencia pueden siempre volverse cautamente del revés y utilizar el Cargo para lo contrario de lo que el Plan de Arriba preveía!; o al menos, si el Cargo es tal que no se ve manera de usarlo para nada bueno, hacer como los oficinistas decimonónicos, firmar, resolver crucigramas, y no hacer nada, o muy poquito, que el pueblo al fin se lo agradecerá: porque alimentar una plantilla de gorrones siempre le sale más barato que soportar una horda de capataces leales y diligentes.

No se van a encontrar solos los profesores en esa faena de investigación desmandada y de honrado aprovechamiento de su puesto por el revés: estarán siempre acompañados en ella por los estudiantes que les toquen; no por la mayoría de ellos ciertamente (eso, salvo por chiripa en algún grupo muy pequeño, no se dará nunca: la Mayoría es justamente la fuerza del Dominio progresado y democrático, del Capital fabricador de Masas de Individuos; que, si te descuidas, hasta te pedirán con votos y pancartas que los examines, por Dios, que los examines), pero sí siempre por una gran minoría de ellos, en cada curso, año tras año: aquéllos que, trayendo quizás ya sobre sus espaldas varios años de Pedagogía, siguen todavía milagrosamente vivos (algo que no puede menos de renovar en uno cada año un aliento de confianza en la infinita resistencia de la naturaleza humana, si hubiera tal naturaleza) y por tanto capaces de hablar de veras (no resignados a decir una y otra vez lo que está dicho), y de pensar y de sentir.

Ellos son la manifestación más cercana que a los que andan en esta profesión les toca de eso desconocido a lo que aludimos como 'pueblo', 'los de abajo'; y es en ellos donde el profesor, más avanzado en años y pesadumbre, debe beber ispiración y ánimos para proseguir en común (no en equipo) la investigación más despiadada, el siempre más esacto y claro descubrimiento de la mentira de las ideas dominantes, de la falsificación de la Realidad: acercarse así, con ayuda de ellos, mientras pasan por las aulas, mientras siguen vivos, a aquella sugerencia de Juan de Mairena (al que siempre animo a volver contra la Pedagogía: “un pedagogo hubo, se llamaba Herodes”) de una escuela de sabiduría popular, que fuera como un oído, delicado y fiel, para las voces que de abajo, del pueblo, vengan, para darles curso y jugar con ellas y acaso devolvérselas, más refinadas, hábiles y penetrantes, al pueblo de donde venían.

Por eso es por lo que a veces decíamos que la Universidad debe seguir estando ahí, por más fea que la pongan, y a los muchachos que de vez en cuando me hablan desesperados de la Institución, que los mata de tedio y que les dan ganas de colgar los hábitos de estudiante y no volver a pisar las aulas, suelo decirles que más vale que se queden y resistan como puedan; tanto más cuanto que (aunque esto no suelo decírselo a ellos) ésos que más sienten el dolor de la escuela y el cambiazo que quiere meterles el Plan de estudios, son probablemente de los que más útiles pueden ser quedándose y resistiendo.

Debe seguir la Universidad, porque, pese a lo que desde Arriba quieren hacer con ella, lo que no pueden evitar es que sea un sitio donde se juntan cada año muchos de ésos, de la gente a medio hacer, que por ello mismo pueden hablar entre sí (a grandes minorías) de manera que por ellos hable alguna vez el lenguaje popular y la razón común, y pueden entre ellos (sin desdeñar del todo las voces de algún profesor que otro y las de los libros de la biblioteca) descubrir con cierta precisión la mentira de las realidades que les venden.

Cierto es que enseguida tratarán de presionarlos desde el Futuro (el examen de Fin de Curso, el Fin de Carrera, y la Colocación, ensayo de la definitiva o funeraria) y de inutilizarlos para nada que no sea la rutina de la enseñanza, las consultas, los bufetes, las industrias de producción de inutilidades; pero no importa: algunos hay siempre que siguen a medio hacer y conformar; y además, cada año vienen otros nuevos, que da lo mismo.

Y cierto que, sobre todo desde aquel pronunciamiento estudiantil de los años 60, que cogió al Estado y Capital tan de sorpresa, han puesto Ellos sus mejores empeños en dispersar las universidades por los suburbios de las metrópolis del mundo, mandándolas donde Cristo dio las tres voces, de manera que, al tiempo que aminoran el peligro de demasiada compañía estudiantil, les cueste además a los estudiantes, igual que a los trabajadores, dos o tres horas diarias de trasporte y de cansancio el juntarse en sus barracones académicos; pero, aun en esas tétricas condiciones, no pueden evitar los Amos que sean esos recintos lugar de encuentro de mucha gente medio despierta a pesar de todo. Siempre hay motivos y aún en tales casos para dejar que siga la Universidad y que en ella se haga, o que en ella pase, lo que menos se piensan los Señores del Futuro.




Os dejo aquí como corolario de regalo esta versión del himno universitario aquel en latín tosco del Gaudeamus en una nueva versión que se hizo por allá por Madrid un buen amigo, para cantarla ahora en coro y más abajo una traducción al vuelo.



NOVUS GAUDEAMUS

1. Gaudeamus igitur ,
iuvenes dum sumus.
Post rebellem iuventutem,
post pacatam senectutem,
nos habebit humus.

2. Vbi sunt qui ante nos
in mundo fuerunt?
Ossa sub terra crepant,
miseri nos increpant,
quod numquam vixerunt.

3. Nos autem iam nolumus
obsequi isti legi,
neque argentum pro labore,
nec laborem pro amore,
neque regere nec regi.

4. Si nescimus forsitan
quae fieri velimus,
at ea quae nos premunt,
at ea quae falsa sunt,
ea satis scimus.

5. Cui prodest ista iam
negotiorum rota,
tot consortia fabricarum,
tot commercia catenarum?
Ipsamet sibi tota!

6. Cui prosunt, quaesumus,
saecla gubernantum,
et imperia militaria
et officia statutaria?
Ipsamet sibi tantum!

7. Pereat ergo Dominus
nummorum et fascium,
et rex qui mortificat
et lex quae iustificat,
et qui colunt mendacium.

8. Pereat Accademia,
pereant professores,
et cathedrae quaelibet
et decani quilibet
simul ac rectores.

9. Sed et scholae pereant
ingeniariorum,
pereat technica fatalis,
pereat scientia venalis,
opium populorum.

10. Vivat liber amor et
fratrum et sororum,
vivat et inmunitas,
libertas, communitas
omnium conservorum.

11. Vivat ars dialectica,
mors religionis;
nam quae ratio construit,
ratio ipsa destruit.
Vivat ius negationis!

12. Vivat vita hominum,
si quid erit tale;
sin minus, vel pereat
et ad umbras transeat
animal rationale.

Y en este latín de ahora más o menos dice:

1. Gocemos ahora que
somos jóvenes.
tras la rebelde juventud
tras la pacata senectud:
¡Todos al ataud!

2. ¿Dónde, si no, están aquellos
que antes de nos
en el mundo estuvieron?
Bajo la tierra crujen sus huesos:
los desgraciados no nos increpan menos;
porque nunca jamás ellos vivieron.

3. Mas las leyes acatar no queremos,
ni tampoco aceptamos
el dinero por trabajos,
ni trabajos por amores,
ni mandar, ni ser mandados.

4. ¡Ay, tal vez no sepamos
qué queremos que se haga!
¡Eso sí, muy bien sabemos
lo que nos oprime y engaña!
Bastante con eso tenemos.

5. ¿A quién aprovecha ya
esta rueda de negocios,
tantos consorcios de empresas,
tantos comercios de cadenas? ¡Todo,
para alimentar esa rueda!

6. ¿A quién aprovechan, preguntamos,
siglos de gobiernos y mandatos,
imperios de oficiales y soldados,
y tanto, tanto estúpido cargo? ¡Todo,
para que no se pare la rueda!

7. Muera el señor por lo tanto,
mueran su dinero y su trono,
y el rey que nos mortifica
y la ley que lo justifica
y los que cultivan la mentira.

8. Muera la Academia,
mueran profesores,
y muera toda cátedra
y los decanos con ella,
sin olvidar los rectores.

9. Y mueran los colegios
de dóciles ingenieros,
muera la técnica fatal,
muera la ciencia venal,
ese opio del pueblo.

10. Viva libre el amor
entre hermanos y hermanas.
Viva siempre y sin cargas,
la libertad y la comunidad
de todos los compañeros de esclavitud.

11. Viva el arte dialéctica,
muerte de la religión;
pues lo que razón construye,
la propia razón lo destruye.
Viva la fuerza de la negación.

12. Viva la vida de las gentes
si tal cosa se diera.
O muera, en caso contrario,
y tráguenselo las tinieblas
a este animal racional.