miércoles, 23 de diciembre de 2009

Carta a los de la familia ¿Navidad otra vez?


Como una bola de nieve falsa lanzada a rodar desde lo alto que amenaza aplastar  el nacimiento con todas sus figurillas, como no puedo menos de sentirla venir (que a ver quién se libra) y de encontrármela ya istalada con todos sus anticipos (ya sabéis: anuncios desde hace por lo menos un mes, derroche de lucecitas de colores, escaparates despampanantes rebosantes con los artículos de la felicidad que se compra para todos los paladares, números de lotería para todos los compañeros, planes y planes de viajes y  comilonas y encuentros con los seres queridos, muchedumbres impacientes por hacer el ridículo en masa inundando los lugares de la compraventa con los mismos gorritos y cuernos y pelucas del año pasado, declarando con su desvergüenza la vergüenza que nadie quiere sentir, familiares embaucando a sus tiernas crías, que piden ansiosas que les embauquen y les prometan el oro y el moro para las fechas señaladas...), os envío esta carta no ya sólo para deciros que no contéis conmigo, que no voy a poder cumplir como está mandado, sino también para animaros a desobedecer por una vez: que también vosotros podíais dejaros arrastrar por la desgana o la pereza de cumplir con el cansado y consabido programita de cenas y jolgorios reglamentarios. Que lo celebren ellos -¿no?-, los que lo necesitan. Quiero decir ellos: los grandes almacenes con sus grandes números de clientes, los ayuntamientos, las empresas,  políticos y banqueros, reyes y pontífices, los medios de formación de masas de individuos con la televisión a la cabeza, los bloques de pisos recuperando el número completo de miembros aún con vida de cada nicho familiar, los automóviles que tienen que petardear al compás de las fechas del año prometido; que lo celebre papanoel, ¡vaya!, y los que tienen siempre tanto interés en hacer que los niños que nazcan reciten el credo que les toque y no se dejen pensar ni hablar como Aquel otro cuyo nacimiento dicen celebrar, que ése decía algunas cosas que no conviene dejar que suenen, y doctores tiene la Iglesia para esplicarnos cómo no atentan en realidad contra la fe de los padres y de la familia entera y de la humanidad entera, como atentarían si se oyeran de verdad. En fin, que no saben lo que hacen, pero todo su empeño es disimularlo y decir que sí, que cómo no: que si tradición, que si turrón, que si fechas van y fechas vienen y que si paz y amor en medio de la guerra y del dinero. ¿Y vamos a ser nosotros también de la misma Familia del Género Tonto, con las caras que se nos están poniendo de tanto obedecer?  

martes, 22 de diciembre de 2009

M A N I F I E S T O de la COMUNA acerca de EDUCACIÓN

M A N I F I E S T O de la COMUNA acerca de EDUCACIÓN



Decir NO es lo solo que sabe y puede hacer lo que entre la gente quede de pueblo y de común por debajo de las personas, sometidas al Poder y que por tanto no pueden hacer de veras nada en contra de Él.

Lleno está el mundo de protestas, más o menos bienintencionadas, y denuncias contra ciertos abusos exagerados y horrores detonantes que a unos u otros les eche encima la Administración: partidos y sindicatos de oposición a tal o cual tipo de Estado o Capital, asociaciones en defensa de los más escandalosamente oprimidos y desvalidos, novelas o películas que quieren poner ante los ojos del gran público las penas y miserias de guerras, o pasadas o casi contemporáneas, de pestes y esclavitudes promovidas por la Fe o la Patria de los amos o el Negocio por todo lo Alto...

creyéndose que todas esas denuncias van a hacer algo contra el Poder, algo que valga más que el daño que en tanto hacen al colaborar con Él como críticas dentro de Su Orden, constructivas, o al servir como espectáculo que horrorice un rato y reconforte a los que no se sienten tan oprimidos o machacados.

Y hasta vendrán días, como tantas veces ha sucedido, en que un Estado, empujado por enredos de su Economía, mande alistar jóvenes para una guerra contra Otro que se preste al caso, o que les exija sacrificar el tiempo de sus vidas a la Fe en el Futuro que el Poder y sus Medios les presentan, o que los mande a emigrar en masa a buscar los Centros que el Capital haya montado para Sus manejos y a vivir en los recovecos de sus basureros y a criar en ellos hijos para el Cielo, o que les ordene dedicar los años de su juventud y más allá a trepar por una escala de puestos, oposiciones, promociones a cargos cada vez más altos y más serviles, sin que se distraigan del tráfico parándose a pensar en lo que les está pasando, sino a completar su formación con las diversiones o juguetes que al Amo quiera venderles o regalarles.

Y entonces, cuando lleguen esos trances de guerras o ruinas o vacíos o desastres más declarados, vendrán, como otras veces, los que quieran llamar a los chicos y chicas a la rebelión, a tener el valor de desertar y de no tragarse lo que les mandan.

Pero entonces será demasiado tarde: ya desde niños los habrán educado en la obediencia, en casa, en la escuela, por la pantalla, en los estadios; ya estarán hechos a tragar sin sentir los sustitutos: los habrán convencido, más o menos a regañadientes, de que lo que se les manda que crean o que compren es bueno, que no tienen más futuro que el Futuro que los mayores y los Medios les ofrecen y para el que los preparan.

Y, así educados, el intento de algunos de rebelarse y desertar, en medio de la avalancha de las mayorías obedientes, claro está que ha de volverse tan penoso y costoso que ya tampoco valga la pena luchar por sostenerlo.

La (contra)educación tiene que haber empezado mucho antes: haberse criado la costumbre de decir NO, sin distinción alguna entre tipos de Amo, de Educador, de Nación, de Cultura, de Banca ni de Marcas de Productos; en la casa, en la escuela, en los bares, en los Centros de Formación que les toquen a los niños, que sepan aprovecharse (claro) con buen oído y apetito de cualquier cosa que por ahí, por descuido, les pueda caer de bueno, deleitoso de veras, descubridor, desengañador, pero sin creerse nada, y, a cualquier recomendación de aplicar eso para ser como han de ser y para el futuro que de mayores les espera, reírse por lo bajo y desentenderse de ella tranquilamente.

Esa (des)educación es lo que puede valer algo contra la Administración de muerte que el Poder les impone a las gentes y a las cosas. Así que lo que hay que hacer, y siempre se puede gracias a lo que a los mayores les quede de limpio y desengañado, es enseñarles a los niños y niñas y a los menos formados a desobedecer sencillamente, sin distraerse con las fachas de tal o cual padre o profesor o presidente o Régimen que les toque, a decir NO a cualquier mandato, a cualquier información o doctrina que les venga de arriba, de cualquier puesto del Poder.

PARA DESCONFIAR DE LA APLICACIÓN DE LOS MEDIOS TECNOLÓGICOS EN EDUCACIÓN.

Para entrar en el tema debéis fijaros en lo más directo y en lo más real, que es, como sabéis, el dinero. El dinero es la realidad de las realidades; por lo tanto, ahí tenemos un camino para entrar en el asunto.

Observáis que el Capital y el Estado bajo el Régimen que hoy padecemos, el Régimen del Bienestar, son lo mismo: los ejecutivos del uno son los ejecutivo del otro, sin más diferencias. Observad que el Capital tiene un enorme interés en la aplicación de los medios tecnológicos en Educación. Esta es una observación directa: hay un gran interés en imponer la aplicación de los nuevos medios que van saliendo, como si se tratara de una necesidad de primer orden. Considero que hay que preguntarse por ese interés. La respuesta a dicha cuestión va a depender de lo que creáis respecto a si lo que es bueno para mover capital es al mismo tiempo bueno para la gente, o, por el contrario, no creáis tal cosa; como me sucede a mí en estos momentos que os estoy hablando.

Naturalmente la cosa pende de ahí. Por supuesto, quien siga creyendo que aquello que evidentemente sirva para mover capital también es bueno para la gente, ya tiene la respuesta. Quien no se lo crea, naturalmente tiene, si no la respuesta, sí un motivo de desconfianza muy profundo, que es en el que voy a insistir. Y ahora y desde ahora yo no me lo creo: entiendo que haya quien se lo crea porque se utilizan engaños como, por ejemplo, decir que lo que sirve para mover el capital es algo que da más vida a las ciudades (es uno de los cuentos que suelen contarse) o que eleva el nivel de vida de una manera o de otra; o que, en el caso de la educación, abre perspectivas que sin ellos no estarían abiertas de ninguna manera.

Consultad ahora vuestros corazones para encontrar la razón por la que cada uno se lo cree o no se lo cree.

Sobre lo que queda en nosotros de pueblo.

Naturalmente, en estos exabruptos o teoremas que os voy a contar no haré una demostración análoga a como se hace en las ciencias. En vez de demostración, cuento entre vosotros con algo que voy a llamar eco. Cuento con que por lo bajo, incluso quien esté más metido en el uso de los medios técnicos, sienta lo que hay de falsedad y de mentira en las proclamaciones que acabo de referiros; pero por lo bajo. “Por lo bajo” es a lo que he aludido como corazón y al mismo tiempo como razón común.

Cuento con eso, con despertar algo, que estoy despertando ya, en esa parte inferior de vosotros. Un eco, en ese sentido, no puede valer como una demostración, desde luego, pero mejor es sentirlo por lo bajo. Y otra cosa es decirlo, es decir, atreverse a decirlo, sostenerlo ya de una manera personal. Visto de otra forma, hay como una diferencia de pisos, de sectores: lo que hay por debajo es algo común, es lo que nos queda de sentido común, es lo que nos queda, en definitiva, de pueblo, que es eso que no existe, pero que lo hay, y sigue latiendo por lo bajo. Y luego, por último, está la persona, la situación de los intereses personales, todo lo demás que generalmente es lo que se manifiesta; pero eso ya es harina de otro costal: que cada uno de vosotros sintáis lo que sintáis y os atreváis o estiméis conveniente decirlo, es otra cosa, con la que no puedo contar mucho. Pero para eso estará la conversación y discusión con vosotros al final, para ver hasta qué punto podéis decir lo que sentís por debajo, en lo que en vosotros queda de pueblo.


La enseñanza como algo esencialmente negativo.

Estáis viendo en mi intervención un ejemplo de no emplear ningún medio en algo que se puede llamar acto de educación o de enseñanza con vosotros. De manera que, por lo pronto, ya se ve que en algún caso como éste no hacen falta medios tecnológicos. Naturalmente éste será un acto de educación o enseñanza, pero negativo. Aunque sea de paso, tengo que sacar también esta advertencia, a modo de paréntesis, en lo que toca al tema de educación o de enseñanza: siempre se sabe demasiado.

En contra de aquéllos que llaman ignorancia a la situación sobre la que parte el niño o el adulto cuando se le empieza a educar o insertar conocimientos, la verdad es que siempre se sabe demasiado, ya desde niños. Una educación, una enseñanza que pretendiera ser limpia, tiene que ser por tanto negativa. Es decir, hay que intentar desaprender, a un niño o adulto, de todo lo que sabe desde que tiene uso de razón, de todo lo que le han metido en la cabeza, en esa parte superior de la persona, de unas creencias, saberes, convicciones... con lo que ya un niño ha aprendido a vérselas, aceptarlas, hasta cierto punto, manejarlas pretendidamente para su subsistencia; eso es todo lo que habría que barrer, limpiar, quitar, si se pudiera, y eso sería una enseñanza.

Ya veis que esto nos coloca, entendiendo la enseñanza de esta manera esencialmente negativa, en una actitud muy diferente de la habitual para juzgar la aptitud de la aplicación de los nuevos medios técnicos.



El uso de los medios está condicionado por la idea de futuro.

El uso de los medios técnicos en educación, lo mismo que en los demás lugares, está condicionado por el futuro. El decidir qué uso se debe hacer o si es útil o no es útil, etc. es algo que está condicionado por el futuro; es decir, es una cosa que intenta estimarse, juzgarse, decidirse, en torno de la idea de lo que debería ser. Hay una idea de lo que ha de ser.

Eso (que no lo hay, por supuesto: el futuro no está aquí, por definición), eso de lo que no hay se tiene, tienen, tenemos, nos obligan a tener una idea. Ésa es una forma de saber muy elemental: es esa idea de lo que hay que ser, que colisiona con la cuestión que aquí nos traemos entre manos, el futuro, ese futuro, esa idea de lo que ha de ser, en general, respecto a la marcha de una empresa, asociación, o de cosas como Europa, o una comunidad, da igual; pero eso es lo que ha de ser. Al mismo tiempo, ésa es la táctica del poder: identificar el futuro con lo que uno quiere.

El truco esencial está en esa identificación entre el futuro del Estado y de la empresa, que se nos quiere imponer, y la convicción personal de lo que cada uno quiere, o le hace falta, o lo que está buscando, o a lo que se dirige. No se trata sólo de lo que ha de ser en virtud de las ideas establecidas: es que resulta que eso es lo que yo quiero, a lo que yo aspiro, en forma de trepar por la pirámide del Poder, de la Cultura. Es un truco que corrompe todo desde la raíz. Porque si lo que hay es simplemente futuro, es someterse a lo que tiene que venir, a la idea del destino de uno, entonces lo que uno está haciendo en este mundo es colocarse cada vez mejor según esa idea de futuro, y ganar de la manera más interesante para él y para su familia, y al mismo tiempo progresar en el sentido del desarrollo de sus ideas, hasta en forma de investigación.

Si lo que hay es eso, pues no hay nada que hacer: yo no estaría aquí, ni siquiera debería estar aquí. El hecho de que esté es una sugerencia de que no es la cosa ni tan total ni tan fatal. Es decir que, evidentemente, aparte de eso que es imperioso, aplastante, y que he llamado futuro, hay más. La cuestión de la utilidad condicionada por la idea de futuro, se presenta rutinaria en este sentido, pues es lo que estamos haciendo ahora, lo que estamos estudiando, lo que estamos viviendo, en lo que nos estamos preparando como una flecha que apunta hacia ese futuro: es lo que se llama la realización. La realización de esa idea de futuro incluye la propia realización de uno. En ese sentido de la flecha, lo que ahora se está haciendo se hace así porque se dirige hacia esa meta, hacia esa finalidad, hacia ese futuro del que hablamos.

Bueno, como siempre, las cosas se os presentan del revés, a esa flecha le tenéis que dar la vuelta, dirigirla en sentido contrario; pues lo que estamos haciendo ahora es la verdad: lo otro es la mentira necesaria, contada, la mentira del futuro, pero la verdad inmediata es que es justamente esa ideación del futuro y la sumisión a esa idea lo que está influyendo sobre la actuación, y la situación de ahora.

Sobre la utilización de la palabra `bueno´ para calificar algún uso de los medios.

Cualquiera de vosotros me diréis por qué a las técnicas hay que llamarlas tecnologías, y parece como si estuviera mandado que, si son técnicas, artes o mañas, tengan que llamarse tecnologías. Pero llámense como se llamen (aunque desde luego lo del nombre no es nada insignificante, y sobre ello luego volveremos), tendríamos que desmenuzarlo en ejemplos que nos sobran por todas partes.

La cuestión de la utilidad había que presentarla respecto al uso de diapositivas, o de esa especie de proyectores que el profesor escribe en una cuartilla, para que después a través de la proyección nosotros lo veamos, o el uso de vídeos, o el uso de los ordenadores y sus derivados, incluso la utilidad misma de la red de informática universal. A todos estos y cualesquiera otros ejemplos que se nos puedan ocurrir, es a lo que se puede plantear la cuestión de la utilidad, de para qué sirven y, por tanto, si efectivamente está justificada esta imposición que padecemos de todos ellos, como una especie de fatalidad inevitable en nuestro camino hacia el futuro.

Espero que alguno de vosotros defendáis alguno de los chismes. Sé que algunos de ellos son defendibles, como puede ser el caso del cinematógrafo en la escuela, o de los vídeos. Alguien puede decir que tiene grandes ventajas escribir sobre la lámina del proyector para que después la gráfica se proyecte en la pantalla, en lugar de levantarse y pintar la gráfica con tiza en una pizarra negra. Alguien puede intentar defender estas ventajas. Bueno, pues veremos con detenimiento las cuestiones concretas referentes a cada uno de los chismes. Porque puede incluso suceder que alguno de los chismes se le haya escurrido al Poder por entre las rendijas. Es decir, que no creo tampoco en una especie de organización perfectamente cerrada y segura, sino que admito que, de vez en cuando, alguna cosa puede pasar y no obedecer a la ley general que podamos descubrir respecto a la perversidad de los medios técnicos.

Pero eso no nos priva de poder plantear la cuestión de la utilidad de esta manera abarcadora o general, es decir en esta forma de “¿sirven para algo?”, o “tales cosas que sirven para algo, ¿son buenas?”. Hace falta mucho atrevimiento para decir “bueno” en un contesto como éste, porque esas cosas no se dicen: nadie dice “bueno”, ni se pregunta si un chisme es bueno o no lo es. Así, en una reunión semicientífica o académica, la palabra `bueno´ no se dice.

Se dice incluso que algo es positivo o negativo, o que es útil o conveniente. Pero, en general, se tiende a rehuír la cuestión verdadera de la utilidad, y en relación con ello está la casi imposibilidad de que podamos decir que algo es bueno o malo en contestos académicos. Sin embargo, `bueno´ y `malo´ son los términos de la lengua corriente, de la verdadera, de la que no ha hecho nadie, de la que no maneja nadie.

De forma que, en ese sentido, la relación con esa cosa que nos queda por debajo de pueblo indefinido, con sentido común, nos posibilita decir que algo es bueno, o, comparando, que algo es mejor que lo otro. En cambio todos esos términos que por encima de ellos se emplean, hacen de la jerga administrativa, de la jerga científica, algo que merece mucha mayor desconfianza al sentido común. Por eso os propongo, con este atrevimiento, decir que los medios sirven para hacer mejor las cosas.

Cada uno de vosotros, aunque no sea tan viejo como yo, tenéis ya un buen repertorio de años, para haber sentido desde pequeños el progreso de la aplicación de los nuevos medios técnicos; para eso cuento con todos. Entonces, os invito a reflexionar sobre lo que significa decir “hacer mejor las cosas”. En lo cual se incluye este atrevido uso de `lo bueno´; pues tiene su interés en cuanto planteamos la cuestión de la utilidad. Porque decir que los medios sirven para hacer mejor las cosas, al igual que sucedía con la palabra `bueno´, es algo indefinido a lo que no se puede responder directamente. Pero, en cambio, sí se puede decir que sirven para hacer más deprisa muchas más cosas, para hacer más y más cosas a la vez, aumentando el número de las producciones y de la variedad de productos, eso sí, progresivamente. Por tanto, los medios sirven para aumentar ese barullo, que diría el sentido común, este caos que el corazón y la razón sienten en la educación y en todo lo demás.

Es claro y visible que los medios sirven para hacer las cosas más de prisa; se trata de una carrera con el tiempo. Sin duda muchos de estos chismes sirven en principio para hacer las cosas más de prisa; por ejemplo, en los medios de transporte, una diligencia es mucho más lenta que un automóvil. Pero la mayor rapidez a su vez está ligada al interés del movimiento del Capital. Más cosas, más cantidad de cosas, más cantidad de lo mismo, es decir, ejemplares de lo mismo, y también más cantidad de variedades de las cosas diversas.

Porque el imperio de la unificación del que a veces se os habla está paradójicamente ligado siempre con el de la variación. Entonces, la multiplicación igualmente progresiva de las variedades de productos es también otra cosa que sólo con los nuevos medios técnicos se puede producir. Y esto sucede en educación y en el resto de los lugares de producción. Esto quiere decir que lo que se produce por medio de ellos es un barullo creciente, que está produciendo el caos, tanto por la superproducción como por su intento mismo de su ordenación. Sólo quiero recordados el ejemplo de la imposición del automóvil, y la producción del caos mediante la industria automovilística.

En lo que se refiere ya a la percepción u observación, y sin entrar de momento en la escuela, se puede uno fijar en el principal órgano educativo de las masas de individuos: la Televisión. No le costará mucho trabajo descubrir el mismo caos, el mismo barullo informativo en la propia proliferación de las noticias, en las variedades de productos que el medio trasmite, que es comparativamente superior a la que los más mayores pueden recordar de cuando no había televisión, cuando no había nada más que radio, y que ahora el sentido común lo ve como un aumento del barullo.


El barullo y la libertad de espresión.

Me paro un momento respecto a esto del barullo o del caos progresivo, para relacionarlo con la libertad de espresión. Es tal vez el istrumento principal y más mortífero que el Régimen que padecemos emplea, el de la libertad de espresión.

La Democracia desarrollada está fundamentada en la fe en el Individuo Personal. Es decir, el Estado y el Capital tienen un interés que todos habéis percibido a lo largo de vuestra vida, tienen un interés en que cada uno se crea que sabe qué es lo que hace, qué es lo que compra, qué es lo que vota, a dónde va, y en definitiva cuál es su destino, y cuál es su voluntad. Éste es el interés esencial. Lo que hace que este Régimen sea mucho más opresivo y más poderoso que ningún otro que podamos imaginar, es que está fundado en la fe del individuo. Porque dicho Régimen ha descubierto que la sumisión de las masas sólo se forma con individuos, cada uno de ellos confiado en sí mismo, de la manera más perfecta.

Eso son las verdaderas masas. Así son las masas del Estado del Bienestar, en las que estáis incluidos, mientras que sois personitas que se lo creen. Naturalmente, luego os queda lo otro, que a lo mejor se escurre de las redes del Poder. Pero, en la medida en que sois personas, desde luego estáis incluidos en las masas de indivíduos y en esa fe.

Pues bien, el progreso, la rapidez en la multiplicación de la producción, y por tanto en el barullo, está inmediatamente ligado con esto. Desde luego, el progreso de los medios técnicos favorece la libertad de espresión, personal e individual. No hace falta que os saque a cuento el teléfono móvil, porque hay muchos otros ejemplos.

Al mismo tiempo la libertad de espresión interviene para que cada uno sea quien es, porque todos somos iguales, somos quién somos, todos somos hijos de Dios, eso desde la Revolución Francesa. Cuantas más posibilidades tenga cada uno para hacerse oír, para decir su opinión, manifestar su gusto personal, más se va a asegurar la idiotez de la población en general. Porque se está seguro de que naturalmente la mayoría son idiotas: si no, el Régimen no se tiene en pie.

La mayoría son idiotas, esa es la Ley. La pretensión democrática es que la mayoría valga por todos. Cuanto más se deje que cada uno se esprese libremente, y tenga más medios para hacerse oír y hacerse sonar, se va a garantizar en primer lugar que la espresión de la idiotez mayoritaria va a ser mucho más aplastante (pero ahí es por donde nos escurrimos; ahí hay unas rendijas por las cuales se puede escapar del Poder; porque, aunque se piensa que la mayoría son idiotas, eso no son todos, no siempre sucede), y, corolario, va a ser cada vez más difícil oír algo inteligente que se pueda escurrir por entre las espresiones de la idiotez; aunque es posible que, por descuido, a través de la prensa, o a través de la radio, incluso, aunque parezca increíble, a través de la Televisión, alguna vez alguien pueda decir algo verdadero o sensato, algo que salga de lo que tenemos de pueblo. Pero tampoco importa mucho, porque es tal el barullo de toda la idiotez que se espresa costantemente por las ondas o por la prensa, que ni siquiera se va a oír.

Es así como la proliferación de los productos educativos y de los otros, está ligada esencialmente con el progreso de uno, con eso de la libertad personal. Si algún educador piensa que lo que tiene que hacer con sus niños es ayudarles a ser lo más personas posibles, y que cada uno se crea más quién es y que esté más seguro de su futuro; entonces no hay nada que hacer; pues estamos obedeciendo al régimen, y además nos creemos que estamos cumpliendo con una misión poco menos que sagrada. Si estáis convencidos de que la educación está para hacer personas, como el marketing quiere, seguras de sí mismas, con paso adelante y marcial, como se decía en los himnos del viejo Régimen, hacia el futuro; quien se crea eso... entonces, no hay nada que hacer fuera de lo que ya está echo y de lo que está mandado.

Ahora bien, quien no se crea eso y quien recuerde que siempre uno sabe demasiado, entonces, lo más que puede hacer con unos niños es ayudarles a limpiarse de lo que ya sus padres, la televisión, y todo lo demás les han metido y les han hecho creer; naturalmente, en este caso la cosa se plantea enteramente del revés.





Un medio técnico es útil o bueno para la gente cuando sirve para hacer algo que se pedía antes de que existiese.

Antes de terminar esta primera parte, quiero insistir a ver en qué puede consistir la utilidad de los diversos medios, y cómo se puede valorar de verdad. La propuesta va en el sentido de que un medio es útil de veras, o bueno, cuando sirve para algo que se pedía, que se echaba de menos antes de ser creado. Ése es el criterio más sencillo para saber si un medio es bueno o no. Es un criterio diferente de los cuentos que os meten sobre lo que debe llamarse bueno.

El echar de menos está ligado al mismo tiempo a esas cosas que se llaman necesidad y deseo. Es el criterio esencial. Respecto a cualquiera de los chismes, se puede preguntar; ¿quién lo pidió antes de que se impusiera?, ¿quiénes lo pidieron?, ¿quién lo echaba de menos?, ¿quién manifestaba que le faltaba algo?, ¿dónde se manifestaba que había una ausencia de algo antes del invento?

Lo característico de la inmensa mayoría de los medios técnicos con los que tenéis que trabajar, es que no responden a ese criterio. Fallan a ese criterio de una manera más o menos descarada, pero fallan. No hace falta acudir a la historia para saber que no lo cumplen; además como ésta está contada por los medios, por los libros, siempre merece mucha desconfianza lo que se diga de ellos. Basta con acordarse honradamente de lo de antes y plantearse la cuestión de, si antes de existir un medio, antes de inventarse, antes de imponerse, alguien o algo lo pedía, lo echaba de menos.

Los medios tecnológicos aparecen y se imponen. Se presentan a través de la propaganda como si fueran el gran descubrimiento del siglo, y se hace de una forma rápida utilizando los medios anteriores como son la televisión, la radio, la prensa. Muchas veces se presentan como una revolución tecnológica, y después se procede a vendérselo a las industrias, a las universidades, a las escuelas, a todo el mundo. Se les cuenta la utilidad y lo que les va a proporcionar en el futuro para la buena marcha de las cosas y de sus vidas. Ése es el proceso normal; es decir, que la necesidad o deseo del chisme no le preceden, sino que se inventan con él y con su propaganda.

Ése es el proceso normal que siguen los medios, tanto los viejos como los actuales: que en su aparición no hay ninguna precedencia de algo que pudiera llamarse necesidad o deseo. Por ejemplo, la imposición de los ordenadores la tengo más cerca. Estaba en París, y me acuerdo que llegaron profesores de Venezuela. Por entonces ese Estado tenía mucho dinero y, por tanto, habían comprado muchos ordenadores en las universidades. Estos profesores iban preguntando por todas partes por programas; es decir, preguntando por lo que pudiera servir para darles trabajo a los ordenadores que habían comprado. Ésta es la situación que, tal vez no tan exagerada, he encontrado y se produce una y otra vez en todos los lugares. Incluso a la familia también le han vendido el producto. Y entonces la diversión normal es andar buscando alimento o programas que justifique que se ha hecho una compra que merecía la pena.

Esto es lo normal: no pienso exagerar desde luego, caben todas las escepciones, pero lo normal es así: no hay ningún echar de menos, ninguna necesidad del pueblo anterior que haya traído un chisme. Éste ha caído del cielo por intereses referentes al movimiento del Capital, que no tocan a la vida corriente de los mortales, pero se impone a ellos.

Esta justificación se hace cada vez más difícil, porque, evidentemente, la necesidad del movimiento del Capital es cada vez más acelerada y, por tanto, hay que vender a la misma Universidad el nuevo modelo de ordenador cada 2 ó 3 años. Eso puede dar lugar a ciertos conflictos entre la propaganda de la utilidad del modelo anterior y la necesidad de comprar el nuevo que ahora se le impone. Parecería que eso debía desanimar a cualquier gerente de universidad o escuela; pero no, no desanima; porque el otro ya se había olvidado; y uno se acostumbra a pensar que el progreso es así, y que la cosa consiste en que cada nuevo modelo de ordenadores supere al otro, que sea más bueno, en el sentido ese que al Capital le interesa dar.

A mayor complejidad de los medios tecnológicos, mayor probabilidad de mal funcionamiento.

He comentado que el criterio de que un medio tecnológico sea bueno es cuando alguien lo haya pedido antes. De no ser así, las cosas se están poniendo del revés. Sea cual sea la utilidad de un proyector de diapositivas, de un proyector de trasparencias, la utilidad de un ordenador, de un proyector de vídeos, o incluso un grabador de vídeos; la utilidad de cualquiera de los múltiples chismes; sea cual sea su utilidad o su bondad, hay que tener siempre en cuenta que la propia istalación y manejo del aparato en cuestión no puede menos de producir un engorro también progresivo, que naturalmente, aunque se creyera la utilidad en sí del chisme, tiene por lo menos que restarle mucho. Esto es una cosa que todos padecéis conmigo; y lo que cualquiera puede costatar en mayor o menor medida, es que el aumento en la complejidad del aparato, lleva consigo un aumento en las probabilidades, en ocasiones, de la avería, de estropicio y de mal funcionamiento en general. Ésta es una ley tan elemental y económica que, aunque no se enuncie, provoca desconfianza de los medios.

Y, lógicamente, todo este engorro que trae consigo el mantenimiento de los medios debería tenerse en cuenta, por lo menos como algo que restar a la pretendida utilidad del chisme que se vende. Hay que reconocerlo en los sitios donde los ordenadores lleven muchos años, como son los bancos, estaciones de ferrocarril: la espedición de billetes, por ejemplo, se ha hecho bastante más rápida; en muchos casos se puede admitir lo del aumento en la rapidez, pero uno tiene que costatar las veces que, en el banco mismo, el ordenador no funciona, y entonces tienes que estar ahí haciendo una espera larga; porque esos desperfectos tampoco se remedian inmediatamente a mano, porque ya la propia imposición de los ordenadores ha hecho que eso sea muy complicado, y difícil en muchos casos. Esa pérdida de tiempo debería por lo menos restarse de la utilidad.

Que eso suceda no es ningún accidente: lógicamente está ligado a esa ley que dice que el aumento de la complejidad de un medio técnico acarrea necesariamente un aumento en las ocasiones de mal funcionamiento. Es una ley que está regida por una lógica muy profunda y que tiene que ver con lo que antes os he enunciado para las poblaciones, en cuanto a lo de la libertad de espresión y a la creación de mayoría. También para los medios tecnológicos se puede aplicar: no pueden servir para lo único que a mi corazón y razón importa.

Es lo que está pasando en la escuela. Parece que importa el descubrimiento de lo que no estaba previsto de antemano, porque se supone que lo de descubrir algo que estaba previsto de antemano no es descubrir nada. Sin embargo, el descubrimiento de la falsedad de la Realidad, tal como la presentan los Medios, sí sería una acción verdaderamente inteligente, una acción de la razón sería una parte de la guerra de lo que nos queda de pueblo contra la imposición del Poder. Esto sería lo único que a mi corazón le dice que merecería la pena. Pero los Medios no sirven para eso. No pueden servir para eso, porque están sirviendo para todo lo que ya os he dicho.

Antes de terminar quiero volver a repetir que no creo en la totalidad, ni en que los de ahí Arriba se lo sepan todo, y que evidentemente caben imperfecciones; pero nadie me puede hacer creer que la entrada en una escuela de todos estos chismes que tengo alrededor pueda ayudar a descubrir nada que de verdad no esté descubierto; a eso no me pueden ayudar y, cuanto más sofisticados sean, menos.

Una pizarra con tiza, por ejemplo, deja abierta más posibilidades que cualquier otra forma de aplicar los medios complejos. No quiero llegar a ponerme extremo y decir que incluso la pizarra ya es un medio tecnológico especialmente avanzado, porque está la arena del suelo y el palo utilizado por Platón para descubrir cosas por medio de ellos. Pero, en la medida que seguimos avanzando, se vuelve cada vez más difícil el empleo mismo de los medios para otras cosas; salvo imperfecciones, salvo que funcionen mal. Esa es la cuestión con la que debo terminar.

La única solución es que los medios tecnológicos funcionen mal.

Como he comentado, los medios son completamente inútiles para ningún descubrimiento, para ninguna labor de limpieza, de sentido común, que se pudiera hacer con niños o con muchachos. Serían completamente inútiles si no es porque fallan, porque funcionen mal respecto al destino al que estaban dedicados.

Si vosotros que os dedicáis a la enseñanza estuvieseis perfectamente fabricados (os voy a poner a vosotros como ejemplos en lugar de a las propias máquinas), entonces, por supuesto, no habría nada que hacer, y entonces no haríais con los niños más que la labor funesta de convertirlos en personas para el día de mañana, víctimas para la muerte inevitable. De manera que lo único que nos cabe como un aliento de esperanza es que no estéis bien hechos del todo. Es decir, que a pesar de todas vuestras intenciones coscientes, vuestros propósitos y vuestra obediencia al Régimen, como está mandado, pues a pesar de todo a lo mejor se os ocurre algo, o a lo mejor os queda una especie de latido en el corazón, de sentimientos de verdad en medio de la proliferación de los medios, en la escuela o en donde sea, que os mueva a hacer algo que no sea lo que está previsto, y que, efectivamente, a los niños pueda sugerirles algo en el sentido del descubrimiento que he dicho.

Pues igual pasa con los chismes; es una regla que no pueden servir para nada bueno, para el descubrimiento de la mentira, si no fueran que fallan, es decir, salvo por error de la previsión, salvo por error de los fabricantes y de los agentes del Capital, que los han fabricado y han vendido para una cosa determinada; y eso puede fallar efectivamente. Entonces, por casualidad, como en la fábula de Iriarte, con el burro resoplando en la flauta abandonada, en contra de las previsiones, puede funcionar y servir para algo. Gracias a eso seguimos viviendo; gracias al fallo de las previsiones, gracias a la imperfección, a la falsedad de toda esa idea del futuro de la que empecé hablando.

Ése es nuestro aliento: que, gracias a esas imperfecciones, a esos fallos, podamos seguir vivos, y los que os dediquéis a la enseñanza, podáis encontrar a gente, niños, muchachos, todavía vivos. Si bien esto puede asombrar a quien analiza la situación del Poder y el Régimen que padecemos, siguen saliendo niños vivos, que por lo menos viven durante algún tiempo mientras se les acaba de someter del todo. Siguen saliendo vivos en contra de la Pedagogía, o conducción de los niños hacia su futuro, que es a lo que se supone se dedican las istituciones educativas. A modo de ilustración, recuerdo una fórmula feliz de Juan de Mairena que decía: “Un pedagogo hubo: se llamaba Herodes”. Sucede que, en contra de Herodes, en contra de la Pedagogía, se libre algún niño; aunque no hay que olvidar que su ideal sería acabar con todos, al igual que el ideal del Régimen que padecemos es que todos los niños salieran sometidos al Poder y al Futuro.

Bueno, también Herodes, aquí ilustrativo, falla: por más poderoso y más decidido y cruel que sea Herodes, no puede acabar con todos los niños. Naturalmente a este Régimen le pasa algo por el estilo: asombrosamente siguen naciendo niños que no están muertos del todo, que todavía se preguntan, que todavía pueden tener algunos vislumbres de esta mentira de la Realidad que les venden. Eso, naturalmente, es para mí, y supongo que para vosotros, el aliento para seguir adelante, en contra de toda esta desesperación de alrededor, y en contra de la enseñanza y de la imposición de los medios para ese fin.