lunes, 28 de mayo de 2012

Crisis... de fé?


Lo primero  -se lo digo clarito- :  me resbala vuestra “crisis”, pero eso no quiere decir que nos vayamos a callar. Como tanto les oigo cacarearla a los unos y a los otros sirvientes del Dinero, por papeles y pantallas por todo el orbe a troche-moche, escandalizados,  me pareció que algo que no se esperaban ustedes se podría decir, por si sirve de algo, porque si se descuidan van a descubrir la verdad de la mentira que les sustentaba: que todos esos números que manejan y les tienen, eran eso: cifras de su fe, su número en la cola para la salvación de sus almitas y –verán-, para que no se lo quiten de encima con meramente tachar al que escribe de loco o ignorante en economías, pues se lo esplico un poco más al detalle. No se lo pierdan, que casi seguro que nunca les van a hablar así de claro acerca de estos líos de la gestión de sus vidas.
Porque de buena táctica para una política de veras es que cuando se vea que los Ejecutivos o Administradores del Capital o Estado y los servidores de los Medios le cogen gusto a un término y dan en usarlo por acá y por allá, empezar a sospechar que ahí se encierra algún truco, tergiversación o disimulo, importante para el Poder, que sólo por la mentira puede sostener la fe que necesita. Y no es que esto de la crisis y el estar en crisis sea cosa de ayer, pero, a lo que oigo por los que se informan de cómo anda el cotarro, está muy al día, ya sea en el pulso económico o ya en debates de políticos.
    ¿Cómo pues no empezar diciendo algo contra las ideas y la Fe que les domina?
A ello vamos: nos han echado encima este imperio del Dinero y apenas se oyen voces contra él.  La religión (esto es, la ideología) hoy es la Economía. Y la política es la economía también. La economía es la economía: el Dinero por todo lo alto. Y nos quieren hacer creer que el dinero no es una idea cuando está claro que el dinero es la ideología por excelencia. Incluso aún hay quien tacha de “materialista” al que se cuida de su negocio y sus dineros! Así que por acá abajo pensamos que lo que verdaderamente y por todo lo alto padecemos es la Religión que está representada por un Dios que es Dinero, realidad de las realidades. ¿Cómo es que el dinero es personal? ¿Cómo es que el dinero, esa forma más avanzada de Dios, cumple también esa condición? Apenas hay más que recordarlo: el dinero es personal. En tiempos en que la moneda era una forma de Dinero, en la moneda estaba la cara del monarca, la cara personal, con sus rasgos, del Emperador o del Rey. Eso era una preparación para lo actual: en la Democracia no hay reyes de verdad, no hay más reyes que la Persona. Que se sigan haciendo moneditas del antiguo régimen sirve para distraer. El Dinero de verdad es ese dinero del que la Persona dispone. Ya podéis ser vosotros muy modestos al estampar vuestra firma en la Banca, pero en la computadora del Banco figura vuestro nombre, y éste representa tales cifras, ya sean rojas o negras, pero en todo caso es vuestro nombre el que vale eso. Valéis eso, y ese dinero, esas cifras, sólo valen en la medida en que son de una persona, en que representan a la Persona. La Persona puede ser, como se sabe, un consorcio o una persona jurídica o lo que sea, pero, en todo caso, una persona. Una persona que puede fácilmente hacer todos los jueguecitos que sabemos: entablar tratos con otras personas, intercambiarse, etc. Una persona que puede jugar en la Bolsa, y, mejor que en la Bolsa todavía, en ese cruce de pantallazos todo alrededor del globo por medio de la Red Informática Universal, que permite estar en siete u ocho bolsas al mismo tiempo y establecer ese juego. Nada de eso se podría hacer si no fueran personas las que costituyen la verdadera esencia del Dinero.
Esto quiere decir que, si el dinero consiste en la Persona, su firma, el crédito de que goza y su firma le atribuye, entonces tenemos unas personas que son cosas, cada una de vuestras almitas personalmente. No es ya sólo aquello tan viejo de “tanto tienes, tanto vales”, sino que vales lo que tienes, y ese eres tú, en cuanto ente real, y no hay otra forma de alma real más que ésa que está representada por la firma y el crédito de que uno goza en la Banca, desde los escalones más bajos a los más altos, que juegan con el Dinero en los mercados de la Red Informática Universal.
   Esa es la condición. Dios subsiste, pués, plenamente, en esta forma más avanzada en el Régimen que hoy padecemos, aunque sigan floreciendo en pleno toda clase de religiones de las viejas. Es por eso por lo que hay que insistir en que esta Religión actual, como las viejas, está sostenida por la Fe. Si se dejara de creer, caería sin más. Lo estáis sosteniendo todos los días en la medida en que creéis, os fiáis de las cifras del crédito, creéis en lo que vuestro capitalito va a rendir al cabo de tres meses o tres años. Como esta condición de la Fe, que en la Banca se llama crédito, de creer, que es la verdadera esencia del Dinero, que es todo Futuro, todo Fe, como esa condición de la Fe es la misma que en las viejas religiones (la Fe en Dios está inmediatamente ligada con la esperanza de la Gloria Eterna), por eso mismo, la necesidad de Fe, es por lo que se llevan tan bien la verdadera Religión del Régimen con los restos de las otras religiones. Es de suma conveniencia para el Poder que sigan conviviendo juntas unas con otras. Evidentemente la nueva Religión alzará sus nuevas catedrales, sus iglesias sucursales y bancos más o menos horripilantes que el Capital levanta por todas partes, pero conservando las viejas catedrales y muchas de las iglesias, y conservará igualmente las formas de culto pasadas de moda. Es una conveniencia. ¿Cómo no se van a llevar bien si, después de todo, todas son formas del mismo Dios, que solamente cambian para seguir manteniendo su imperio? Se llevan muy bien, y distraen mucho, y ésa es la función que cumplen.
   Aprovechando de paso los últimos jueguecitos de los que se dicen “ateos” (o, como dice una buena amiga: “ateistas”) les recuerdo, para que no hagan como si no, por la cuenta que les trae, que es el Dinero la cara de Dios que corresponde al Régimen que padecemos, y nuestra Fe es la Fe en él, que, como en toda religión, no es más que el Futuro. Pues es el Dinero la cosa de las cosas: es la cosa de la que más se habla, de condición sublime o impalpable, por doquiera inmanente o inmiscuido en la vida cotidiana, cuyo hijo unigénito es el Hombre, esto es, el Individuo Personal, que en su nombre y firma pone el alma, o sea la garantía del valor y el poder del Padre en este mundo, es el Juez Supremo, que eleva a los que tienen Fe a una futura Gloria Eterna, y condena a los que han fallado en su Fe a los abismos de la miseria y el tormento. No hay más que observar los  rasgos estremos de Su culto y Su liturgia: es Ése el Dios que ha movido las Conquistas sanguinarias del Globo, la proliferación de las Empresas de la nada, la erección de pirámides y rascacielos de los Estados y la Iglesia sobre millones de esclavos fieles, donde laten enterradas, entre muchas buenas, las palabras de uno que decía «No os preocupéis del día de mañana: el día de mañana cuidará de sí mismo: a cada día con su mal le basta».
Dios sólo tiene distintas caras para ocultar que todas son la misma, y seguir así moviendo las falsas guerras entre una y otra Fe, de las que también Su Capital hace negocio, y el primero el de la Información de los feligreses, que sostiene su Fe en la Historia y el Futuro de la Humanidad y de cada uno.
Ahora, no es cierto, simplemente, que Dios haya tomado entre nosotros la faz más descarada de Dinero, sino que, también al revés, el Dinero no es otra cosa más que Dios; y Dios, como impalpable y falso y siempre-futuro que es, necesita la Fe de las multitudes para no caer en el vacío: sin Fe, no hay Dinero, no hay Dios que siga administrando la muerte y sacrificando vidas al Futuro.
Fijémonos ahora en la tan famosa crisis económica esta, o financiera, que tanto os estará entreteniendo durante estos meses o años: el empeño en que por allá arriba saben; que los Directores de las Bancas, que los Regentes de la Bolsa, que los Ministros de la Hacienda de un sitio o del otro saben de qué se trata, y que por tanto, pues toman medidas, y hacen declaraciones de conciencia del asunto, y dan órdenes destinadas a modificar o paliar la realidad de la supuesta crisis económica.  Bueno, pues supongo que casi ya no hacía falta que yo lo dijera aquí: sospechamos por lo bajo que todo eso es filfa, bambolla; bambolla necesaria para engañar, para entretener, a través de los Medios: ni banqueros, ni financieros, ni ministros tienen miedo de las cosas que dicen que tienen miedo: tienen un miedo mucho más profundo, que es justamente el miedo de descubrir que el Dinero se mueve por sí solo, y que por tanto ellos son unos monigotes. Este es el miedo de verdad. Efectivamente, lo mismo que podemos decir de la producción de pistolas y de automóviles, pero todavía en grado más alto: el Dinero, cosa de las cosas, la cosa por escelencia, tiene naturalmente sus fines en sí mismos; como que está costituído por sus fines, como que no hay Dinero de verdad poderoso más que el Dinero futuro, el que depende justamente de su fin, el que camina a un fin con su Crédito, con su Fe.  Y por tanto, claro está que Él sabe lo que hace, el Capital sabe lo que hace.  Hay un miedo por parte de las personas, y especialmente de las personas ilustres y destacadas, a descubrir que ellos ahí son unos monigotes: que ni saben lo que pasa con la crisis, ni saben de dónde viene, ni saben siquiera qué quiere decir la tal crisis, ni saben las causas por la que ha empezado, ni de los medios por los que se puede cortar, pero que tienen que hacer como que sí: cuanto más es el peligro de descubrir la condición de monigotes de los hombres, tanto más los hombres tienen que apresurarse a sostener lo contrario, y a lucirse mucho, y a sacar muchos nombres y muchas opiniones en el mismo sentido.  Lo que quieren hacer creer es que estamos en un trance decisivo, en el que la marcha de las finanzas y la consiguiente gestión de nuestras vidas toca un máximo de peligro que, una vez superado, permita que las cosas sigan progresando normalmente.
 Tal es la doble función política de la crisis: por un lado, entretener al personal alarmándolo un tanto con algo que pueda amenazar a la Administración y a su ordenada felicidad, esto es, llenar el tiempo vacío, el aburrimiento que cría la fe en el Futuro y en que no puede hacerse más que lo que ya está de antemano hecho; y eso, por otro lado, con la sugerencia de que es sólo una crisis, tras la cual, ya pasada, vuelva la normalidad, que por el pasajero peligro se habrá hecho más amada de los fieles.
    Pero ‘crisis’ también quería decir ‘juicio’; y los ejecutivos de Dios, dispuestos a contar futuros y a que Estado y Capital pasen cualesquiera crisis y avatares, menos la última crisis o Juicio Final, no saben que la mentira se juzga y condena a sí misma, y consigo condena a los “fabricantes y atestiguadores de falsedades” a una crisis definitiva.
A mí, como a cualquiera, en nada me va todo esto de los Medios acerca de 'crisis'. No me toca, no siento nada, pero, eso sí, ¡cómo de cargante el darse cuenta de que los prójimos se lo tragan y se creen que algo decisivo está pasando! Ese es el miedo de los que creen que tienen algo que perder. Nosotros por acá abajo nos desentendemos sin más de entretenernos más con sus crisis.