lunes, 7 de abril de 2014

La voz de la rebelión



LA VOZ DE LA REBELIÓN os pide, le pide a la gente, un esfuerzo para salir de la confusión y poder así negarse a tolerar por más tiempo los engaños del régimen del dinero. Si se trata de la necesidad de los puestos de trabajo, hay que preguntar lo primero ¿para quién son necesarios? En Madrid asistimos todos los días a un espectáculo que es una caricatura reveladora de lo que es la famosa Creación de Puestos de Trabajo: cualquiera que pasee por las calles céntricas puede ver esas estatuas humanas, disfrazadas y pintarrajeadas de las maneras más variopintas, que están ahí paradas delante de los comercios, cada cual en su puesto, dedicadas a ganarse su jornal (no hacen otra cosa). La gente tenemos que aguantar, en el  metro, por las calles, vernos a diario unos a otros como criaturas necesitadas del vil metal en todo momento, sólo sujetas por el miedo a decir lo que ningún órgano de poder permite decir a sus mil locutores, porque hay que ser realistas (¿qué será eso?): “¡muerte al Dinero!”.

Preguntad a cualquiera: esto nos está matando de pena y de vergüenza. Es de verdad horroroso oír a todas horas las reclamaciones de más y más dinero, un poquito por aquí, otro por allá, lo mismo por fuera que por dentro, porque cada uno está fabricado por la misma necesidad de dinero y las voces de fuera suenan también dentro. Como dice la publicidad de los “especialistas en ti”: “porque tú lo vales”. “¡Trabajar, trabajar!” dicen voces airadas  “¡trabajar en lo que sea!” También pedir limosna es un trabajo, claro; también buscar trabajo; también estudiar, “formarse”; también reivindicar a lo alto más puestos de trabajo, siempre la eterna cantilena “Soy un padre de familia…”.

¿Para qué? Estamos llenos de trabajos agotadores y sin sentido: la inmensa mayoría. Las cosas que hay que hacer, las que podrían hacerse con afición porque son útiles, convertidas en trabajo asalariado, sujetas a la organización del Capital, sus estados y empresas, se hacen cada vez peor, cuando no se abandonan y se echan a perder. Nos tienen dedicados a una producción insensata de chismes inútiles, de productos estúpidos  del “marketing”, basura plastificada, de rollos y proyectos delirantes. Y la otra cara del asunto es que luego hay que divertirse a todo trapo comprando todo eso y consumiendo sin parar lo que nos venden y a contentarse cada cual con ejercer el poder adquisitivo que le haya tocado en la feria de vanidades. ¡Basta ya! No nacen niños para servir a sus tristes empleos: ¡abajo el Estado y el Capital! No más futuro para este régimen de la Prostitución Universal.

Como no se puede tratar de esto ni en la familia ni con los amigotes ni con reclamaciones a los que sólo quieren de nosotros que sigamos tragando ilusiones y entretenidos con sus informaciones, habrá que juntarse en asambleas donde ya no reine el interés privado y el miedo de cada uno y se pueda hablar contra tanta mentira. Hablar es hacer. Hay una huelga que es previa a cualquier otra: consiste en negarse a aceptar lo que no es verdad. ¡Que suene la voz de la rebelión!


Como decía aquella pintada: 


¡NO OS CREMOS, POLITICASTROS!



A la gente del corro de las asambleas...

A la gente del corro de las asambleas va este recuerdo
de algo que de estos encuentros me queda bullendo
que por salones o plazas en público vamos teniendo
más y más gente, y da igual que seamos más número o menos:
no es sólo el rato que nos encontramos a hablar, es que luego
se queda una a solas con la impresión de que se le ha abierto
más grande la grieta de su soledad, por donde el intento
de no vivir más separados para lo que mande el dinero
sigue hurgándote ahí y te hace reconocerlo:
tú no eras una, así mande la ley que obliga a saberlo,
y no era tampoco verdad la realidad, sino eso:
que hay más que no sabes (y cuánto!) y vale más no saberlo,
sentirlo cómo te deshace tu fe en que no hay más cuento,
que sabes en dónde estás y quién eres y qué estás haciendo.
Y no es tanto el asunto que en cada asamblea se trate, los medios
o modos que vamos pensando de hacer que caiga el gobierno:
es más el sentido que tiene el seguir hablando lo bueno,
que ni sabes dónde te puede llevar o traer, pero es cierto
que te hace vivir de alguna manera, que sigue escociendo
la herida que, en esto de hacernos reales y satisfechos
con ser cada cual el que dice su nombre y que hay que creerlo
más que si fuera el catecismo mismo, tenemos
abierta y sangrando al aire en la piel y no puede por menos
de hacerte decir que no, que no me lo creo y que siento
que siguen abiertas posibilidades sin fin de no serlo
o cada vez menos y más deshacerse en mil y un encuentros
y hacer cualquier cosa que diga que no y no sabemos:

hay algo que quiere vivir sin fronteras ni ley ni dinero.