Lo
 primero  -se lo digo clarito- :  me resbala vuestra “crisis”, pero eso 
no quiere decir que nos vayamos a callar. Como tanto les oigo cacarearla
 a los unos y a los otros sirvientes del Dinero, por papeles y pantallas
 por todo el orbe a troche-moche, escandalizados,  me pareció que algo 
que no se esperaban ustedes se podría decir, por si sirve de algo, 
porque si se descuidan van a descubrir la verdad de la mentira que les 
sustentaba: que todos esos números que manejan y les tienen, eran eso: 
cifras de su fe, su número en la cola para la salvación de sus almitas y
 –verán-, para que no se lo quiten de encima con meramente tachar al que
 escribe de loco o ignorante en economías, pues se lo esplico un poco 
más al detalle. No se lo pierdan, que casi seguro que nunca les van a 
hablar así de claro acerca de estos líos de la gestión de sus vidas.
Porque de
 buena táctica para una política de veras es que cuando se vea que los 
Ejecutivos o Administradores del Capital o Estado y los servidores de 
los Medios le cogen gusto a un término y dan en usarlo por acá y por 
allá, empezar a sospechar que ahí se encierra algún truco, 
tergiversación o disimulo, importante para el Poder, que sólo por la 
mentira puede sostener la fe que necesita. Y no es que esto de la crisis
 y el estar en crisis sea cosa de ayer, pero, a lo que oigo por los que 
se informan de cómo anda el cotarro, está muy al día, ya sea en el pulso
 económico o ya en debates de políticos.
    ¿Cómo pues no empezar diciendo algo contra las ideas y la Fe que les domina? 
A
 ello vamos: nos han echado encima este imperio del Dinero y apenas se 
oyen voces contra él.  La religión (esto es, la ideología) hoy es la 
Economía. Y la política es la economía también.
 La economía es la economía: el Dinero por todo lo alto. Y nos quieren 
hacer creer que el dinero no es una idea cuando está claro que el dinero
 es la ideología por excelencia. Incluso aún hay quien tacha de 
“materialista” al que se cuida de su negocio y sus dineros! Así que por
 acá abajo pensamos que lo que verdaderamente y por todo lo alto 
padecemos es la Religión que está representada por un Dios que es 
Dinero, realidad de las realidades. ¿Cómo es que el dinero es personal? 
¿Cómo es que el dinero, esa forma más avanzada de Dios, cumple también 
esa condición? Apenas hay más que recordarlo: el dinero es personal. En 
tiempos en que la moneda era una forma de Dinero, en la moneda estaba la
 cara del monarca, la cara personal, con sus rasgos, del Emperador o del
 Rey. Eso era una preparación para lo actual: en la Democracia no hay 
reyes de verdad, no hay más reyes que la Persona. Que se sigan haciendo 
moneditas del antiguo régimen sirve para distraer. El Dinero de verdad 
es ese dinero del que la Persona dispone. Ya podéis ser vosotros muy 
modestos al estampar vuestra firma en la Banca, pero en la computadora 
del Banco figura vuestro nombre, y éste representa tales cifras, ya sean
 rojas o negras, pero en todo caso es vuestro nombre el que vale eso. 
Valéis eso, y ese dinero, esas cifras, sólo valen en la medida en que 
son de una persona, en que representan a la Persona. La Persona puede 
ser, como se sabe, un consorcio o una persona jurídica o lo que sea, 
pero, en todo caso, una persona. Una persona que puede fácilmente hacer 
todos los jueguecitos que sabemos: entablar tratos con otras personas, 
intercambiarse, etc. Una persona que puede jugar en la Bolsa, y, mejor 
que en la Bolsa todavía, en ese cruce de pantallazos todo alrededor del 
globo por medio de la Red Informática Universal, que permite estar en 
siete u ocho bolsas al mismo tiempo y establecer ese juego. Nada de eso 
se podría hacer si no fueran personas las que costituyen la verdadera 
esencia del Dinero.
Esto
 quiere decir que, si el dinero consiste en la Persona, su firma, el 
crédito de que goza y su firma le atribuye, entonces tenemos unas 
personas que son cosas, cada una de vuestras almitas personalmente. No 
es ya sólo aquello tan viejo de “tanto tienes, tanto vales”, sino que 
vales lo que tienes, y ese eres tú, en cuanto ente real, y no hay otra 
forma de alma real más que ésa que está representada por la firma y el 
crédito de que uno goza en la Banca, desde los escalones más bajos a los
 más altos, que juegan con el Dinero en los mercados de la Red 
Informática Universal.
  
 Esa es la condición. Dios subsiste, pués, plenamente, en esta forma más
 avanzada en el Régimen que hoy padecemos, aunque sigan floreciendo en 
pleno toda clase de religiones de las viejas. Es por eso por lo que hay 
que insistir en que esta Religión actual, como las viejas, está 
sostenida por la Fe. Si se dejara de creer, caería sin más. Lo estáis 
sosteniendo todos los días en la medida en que creéis, os fiáis de las 
cifras del crédito, creéis en lo que vuestro capitalito va a rendir al 
cabo de tres meses o tres años. Como esta condición de la Fe, que en la 
Banca se llama crédito, de creer, que es la verdadera esencia del 
Dinero, que es todo Futuro, todo Fe, como esa condición de la Fe es la 
misma que en las viejas religiones (la Fe en Dios está inmediatamente 
ligada con la esperanza de la Gloria Eterna), por eso mismo, la 
necesidad de Fe, es por lo que se llevan tan bien la verdadera Religión 
del Régimen con los restos de las otras religiones. Es de suma 
conveniencia para el Poder que sigan conviviendo juntas unas con otras. 
Evidentemente la nueva Religión alzará sus nuevas catedrales, sus 
iglesias sucursales y bancos más o menos horripilantes que el Capital 
levanta por todas partes, pero conservando las viejas catedrales y 
muchas de las iglesias, y conservará igualmente las formas de culto 
pasadas de moda. Es una conveniencia. ¿Cómo no se van a llevar bien si, 
después de todo, todas son formas del mismo Dios, que solamente cambian 
para seguir manteniendo su imperio? Se llevan muy bien, y distraen 
mucho, y ésa es la función que cumplen. 
   Aprovechando
 de paso los últimos jueguecitos de los que se dicen “ateos” (o, como 
dice una buena amiga: “ateistas”) les recuerdo, para que no hagan como 
si no, por la cuenta que les trae, que es el Dinero la cara de Dios que 
corresponde al Régimen que padecemos, y nuestra Fe es la Fe en él, que, 
como en toda religión, no es más que el Futuro. Pues es el Dinero la 
cosa de las cosas: es la cosa de la que más se habla, de condición 
sublime o impalpable, por doquiera inmanente o inmiscuido en la vida 
cotidiana, cuyo hijo unigénito es el Hombre, esto es, el Individuo 
Personal, que en su nombre y firma pone el alma, o sea la garantía del 
valor y el poder del Padre en este mundo, es el Juez Supremo, que eleva a
 los que tienen Fe a una futura Gloria Eterna, y condena a los que han 
fallado en su Fe a los abismos de la miseria y el tormento. No hay más 
que observar los  rasgos estremos de Su culto y Su liturgia: es Ése
 el Dios que ha movido las Conquistas sanguinarias del Globo, la 
proliferación de las Empresas de la nada, la erección de pirámides y 
rascacielos de los Estados y la Iglesia sobre millones de esclavos 
fieles, donde laten enterradas, entre muchas buenas, las palabras de uno
 que decía «No os preocupéis del día de mañana: el día de mañana cuidará
 de sí mismo: a cada día con su mal le basta».
Dios
 sólo tiene distintas caras para ocultar que todas son la misma, y 
seguir así moviendo las falsas guerras entre una y otra Fe, de las que 
también Su Capital hace negocio, y el primero el de la Información de 
los feligreses, que sostiene su Fe en la Historia y el Futuro de la 
Humanidad y de cada uno.
Ahora,
 no es cierto, simplemente, que Dios haya tomado entre nosotros la faz 
más descarada de Dinero, sino que, también al revés, el Dinero no es 
otra cosa más que Dios; y Dios, como impalpable y falso y siempre-futuro
 que es, necesita la Fe de las multitudes para no caer en el vacío: sin 
Fe, no hay Dinero, no hay Dios que siga administrando la muerte y 
sacrificando vidas al Futuro.
Fijémonos
 ahora en la tan famosa crisis económica esta, o financiera, que tanto 
os estará entreteniendo durante estos meses o años: el empeño en que por
 allá arriba saben; que los Directores de las Bancas, que los Regentes 
de la Bolsa, que los Ministros de la Hacienda de un sitio o del otro 
saben de qué se trata, y que por tanto, pues toman medidas, y hacen 
declaraciones de conciencia del asunto, y dan órdenes destinadas a 
modificar o paliar la realidad de la supuesta crisis económica.  Bueno, 
pues supongo que casi ya no hacía falta que yo lo dijera aquí: 
sospechamos por lo bajo que todo eso es filfa, bambolla; bambolla 
necesaria para engañar, para entretener, a través de los Medios: ni 
banqueros, ni financieros, ni ministros tienen miedo de las cosas que 
dicen que tienen miedo: tienen un miedo mucho más profundo, que es 
justamente el miedo de descubrir que el Dinero se mueve por sí solo, y 
que por tanto ellos son unos monigotes. Este es el miedo de verdad. 
Efectivamente, lo mismo que podemos decir de la producción de pistolas y
 de automóviles, pero todavía en grado más alto: el Dinero, cosa de las 
cosas, la cosa por escelencia, tiene naturalmente sus fines en sí 
mismos; como que está costituído por sus fines, como que no hay Dinero 
de verdad poderoso más que el Dinero futuro, el que depende justamente 
de su fin, el que camina a un fin con su Crédito, con su Fe.  Y por 
tanto, claro está que Él sabe lo que hace, el Capital sabe lo que hace. 
 Hay un miedo por parte de las personas, y especialmente de las personas
 ilustres y destacadas, a descubrir que ellos ahí son unos monigotes: 
que ni saben lo que pasa con la crisis, ni saben de dónde viene, ni 
saben siquiera qué quiere decir la tal crisis, ni saben las causas por 
la que ha empezado, ni de los medios por los que se puede cortar, pero 
que tienen que hacer como que sí: cuanto más es el peligro de descubrir 
la condición de monigotes de los hombres, tanto más los hombres tienen 
que apresurarse a sostener lo contrario, y a lucirse mucho, y a sacar 
muchos nombres y muchas opiniones en el mismo sentido.  Lo que quieren 
hacer creer es que estamos en un trance decisivo, en el que la marcha de
 las finanzas y la consiguiente gestión de nuestras vidas toca un máximo
 de peligro que, una vez superado, permita que las cosas sigan 
progresando normalmente.
 Tal
 es la doble función política de la crisis: por un lado, entretener al 
personal alarmándolo un tanto con algo que pueda amenazar a la 
Administración y a su ordenada felicidad, esto es, llenar el tiempo 
vacío, el aburrimiento que cría la fe en el Futuro y en que no puede 
hacerse más que lo que ya está de antemano hecho; y eso, por otro lado, 
con la sugerencia de que es sólo una crisis, tras la cual, ya pasada, 
vuelva la normalidad, que por el pasajero peligro se habrá hecho más 
amada de los fieles.
   
 Pero ‘crisis’ también quería decir ‘juicio’; y los ejecutivos de Dios, 
dispuestos a contar futuros y a que Estado y Capital pasen cualesquiera 
crisis y avatares, menos la última crisis o Juicio Final, no saben que 
la mentira se juzga y condena a sí misma, y consigo condena a los 
“fabricantes y atestiguadores de falsedades” a una crisis definitiva.
A
 mí, como a cualquiera, en nada me va todo esto de los Medios acerca de 
'crisis'. No me toca, no siento nada, pero, eso sí, ¡cómo de cargante el 
darse cuenta de que los prójimos se lo tragan y se creen que algo 
decisivo está pasando! Ese es el miedo de los que creen que tienen algo 
que perder. Nosotros por acá abajo nos desentendemos sin más de 
entretenernos más con sus crisis.