miércoles, 1 de febrero de 2012

¿PARA AHORRAR?

Se preguntaban los de la Asamblea Popular del Barrio de la Concepción en un panfleto que me repartieron en la Puerta del sol  y nos preguntaban a los lectores si eran para ahorrar las estrañas medidas oficiales que en el mismo escrito detallaban: ahorro de gastos (de personal, sobre todo, pero también de otros recursos)  en lo público, en eso que llaman servicios que para el público en general resultaban más baratos, gasto desmedido en lo privado, en esos mismos servicios puestos al alcance no más que de gente pudiente o adinerada. Lo que más les estrañaba, creo, es lo de la privatización, en marcha, del Canal de Isabel II, una empresa pública que da, según cuentan, pingües beneficios a “las arcas del estado” (¿dónde estarán esas arcas?), “que irán a parar a bolsillos privados, junto con el enorme patrimonio del Canal”.

Y es curioso que no hayan caído en cómo la gestión de esta última empresa, que venía siendo pública, se ha llevado de modo que arroje esos beneficios: por ahí tal vez podría entenderse algo. Me recuerda al caso de la Renfe o como se llame ahora, en la que ninguno de estos protestantes o indignados parece haberse fijado hasta ahora, cosa que me resulta también curiosa y sospechosa a la vez. ¿Es pública o privada la gestión de la red ferroviaria? Muy pocos reconocen saberlo, y yo a estas alturas, tampoco sé contestar. Pues tal como la susodicha Renfe, esa empresa del Canal viene ostensiblemente moviendo una gran cantidad de dinero en la Cultura, es decir, en la Publicidad de la Cultura, y yo supongo, en mi ignorancia, que eso debe de ser lo que la hace rentable. De cómo la gestión de la dicha Renfe nos ha venido escamoteando desde hace muchos años el tren con ese costante cierre de líneas regulares, con esos precios prohibitivos para la mayoría, y con esa dedicación en esclusiva al desarrollo de la alta velocidad entre grandes núcleos urbanos, a consolidar los cuales también se dedica con sus redes de cercanías, dejando abandonado el resto de las poblaciones, de eso ni se oye hablar ni se lee nada. Y eso es preocupante, porque la política de trasportes, es decir, el negocio del Automóvil y la carretera, es uno de los desastres más sangrantes que sufrimos, y no lo digo sólo por los muertos y heridos que produce. Los gastos y beneficios de esta siniestra empresa, no sabemos si pública o privada, parecen guardarse más en secreto que los del Canal.

Pero a lo que iba: ya que preguntan si es para ahorrar y medio responden que no, que “la crisis es una escusa para la privatización de los servicios públicos” (y perdonen que me niegue a escribir “excusa”, para no dar pretesto a nadie para pronunciar cosas como ekst o eksk, que no se dan en esta lengua: una lengua que es hablada, oral, como todas, y no como mande la escritura sino como la gente ha decidido hablarla en esa asamblea subcoscientemente reunida donde puede encontrarse al pueblo; una cosa eso de la lengua que las reglas de ortografía no hacen más que estropear y traicionar porque los señores académicos no la entienden) tendrán pués, digo, que preguntarse mejor a qué vienen esos movimientos o cambio de manos o bolsillos  a los que alude el término Privatización.
Desde luego, es un término engañoso por anticuado: como creo que puede verse claro con el caso de la Renfe y más aún con el del  metro, hoy llamado Metro de Madrid, otra empresa siniestra a más no poder de la que están muy orgullosos los políticos, no se trata seguramente de eso, en primer lugar porque la noción de Servicio Público hace mucho que ha desaparecido en este régimen (aquello de mantener con los impuestos unos servicios que tenían que hacer un gasto sin mirar a los beneficios sino a la utilidad pública): aquí no hay más que empresa, sea nacional o internacional ¿eh?, los ejecutivos de la administración no se distinguen en nada de los ejecutivos de la empresa, y no hay público tampoco hace ya muchos años, y si la gente tuviera abiertos los oídos ya se habría dado cuenta. O los ojos: una empresa o un servicio públicos no tiene, no tendría que  tener, ningún gasto en publicidad. ¿Se han enterado de cuáles son los gastos en publicidad de todo eso de ¡Madrid! o La suma de todos (los fieles)? Hace poco publicaban los huelguistas del Metro unas cifras de lo que se gasta en eso el tal Metro de Madrid, que deben de ser representativas, aunque no hacen falta cifras para saber esto, que no hay más que  ver lo que hay por los andenes y pasillos: un puro soporte publicitario es ya el metro, para disfrutar del cual hay que pagar una entrada que vale el doble que los antiguos billetes. Otro tanto puede decirse de Correos: llenan los buzones grandes desplegables a todo color de publicidad de la empresaza, ya célebre también por el número de despidos.  ¿Quieren curro? Pues a colocar anuncios y hasta pegatinas que cubran una estación, como la de... Y si no, ya saben: de segurata o poli o puta o acompañante de ejecutivo, cada vez hay más demanda. De estos horrores estamos llenos –ay!

Como decía: no hay público: no se habla para nada de cosas útiles ni razonables pedidas por el público, se habla de número de “usuarios” a troche moche y sobre todo de “futuros usuarios”, porque  para los de Arriba, los ejecutivos servidores del Amo, o sea del Dinero, no hay otra gente que no sean súbditos del estado y clientes del capital (que es siempre el del futuro), proporcionadores de cifras para la estadística, un producto como cualquier otro, una mercancía, que es como nos tratan y es por tanto, mientras no se entienda y se les contradiga, eso en lo que nos han convertido: una masa de individuos que son sus poblaciones, y eso quiere decir dinero y futuros o muertos, no gente viviente que siente y entiende. Y eso no es público, señores, son, probablemente, cuentas de publicidad para unas empresas, eso les asegura de que existen: fíjense en cómo la atención al público se la han cambiado por “atención al cliente”. La función del Estado es la Administración de Muerte, sólo que ellos la llaman Futuro.
Privatización, sí, lo primero de la gente, del público, trasformado en una suma de intereses particulares (eso es la famosa Suma de todos) que, como no puede estar hecha nunca, porque de verdad no hay todos, no es más que una mayoría. Que luego la mayoría con la que cuentan empiece a ser un poco menos mayoritaria no les importa mucho a los políticos: en el régimen democrático la mayoría es  la que vota y elige por mayoría, la mayoría son los creyentes (que nunca van a poder ser todos, como bien saben) y ésos se hacen pasar por todos, y ésos han elegido a un gobierno para que resuelva eso de la economía y ellos toman sus medidas.

Son arcaicas, es verdad, esas medidas o remedios, ilusorias: son, como decía un artículo que se coló en el País del domingo 29 de enero:
 ”Sin cifras, el mero sentido común descubre que estas medidas o remedios que les sacan hoy los dirigentes son los mismos que se recordaban como propios del antiguo régimen: restringir gastos, apretarse, como decían, el cinturón, y hasta ahorrar, remedios ridículamente impropios para el régimen actual, que se mueve por una circulación dineraria sumamente alejada de las cosas palpables y por el despilfarro y producción de objetos no pedidos ni dirigidos a más consumo que su compra. De manera que, si algo de humor le dejaran vivo a la gente, se reiría de esas medidas y remedios como de una cataplasma aplicada a un cáncer.”

Y por otro lado, la economía sigue por sus pasos de promover y  subvencionar lo que más dinero mueve (todo aquello que produce  publicidad para la venta), que si no se mueve perece el dinero, y eso no puede ser más que alejado cada vez más, como dice ahí, de las cosas palpables o útiles. Se está viendo cada vez más claro: el dinero no sirve para que la gente viva o se las apañe, sirve para lo que sirve, para que haya estados o empresas con su economía y su industria de la información o entretenimiento de las poblaciones, que es seguramente la principal industria del Régimen del Dinero.

¿Hay que sacar alguna conclusión? Si la gente añora unos servicios públicos y aún conserva un criterio de utilidad, tendrá que irse dando cuenta de que no pueden sacarlos de donde no los hay: ni una empresa ni un gobierno de un país tienen intereses que coincidan lo más mínimo con los deseos de la gente, que ellos ni imaginan que la hay. Bajo el régimen la gente o aprende a acomodar sus deseos a lo que esos intereses le quieran vender, o si no quiere perecer, se desentiende, se busca la vida por otros lados y deja que se hunda él solito el tinglado de Banca-Gobierno-Supermercado-Vivienda-Automóvil o moto para el chico-Pareja para todos. Mientras, puede ir descubriendo las mentiras que le cuentan y perdiendo la fe. Tal vez sin fronteras, sin estado ni capital... se podría ¿no? vivir sobre la tierra. ¿O es que la gente se traga eso de “una unidad de destino en lo universal” que es como definían antaño eso de España, pero que vale lo mismo para Francia o Portugal o Venezuela? Porque si se cree eso y se trata de que se salve España o el Perú, pues nada: esta fatalidad, siempre lo mismo, pero peor cada vez.

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