jueves, 7 de octubre de 2010

Minúscula 4 - HABLAR Y HACER

Una advertencia sobre el hablar o razonar sometido a planes y fines
(tanto de "revolucionarios" como los del Poder y sus ejecutivos) (o
cómo no se pueden usar las armas del enemigo inocentemente)
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Domina en nuestro mundo una idea, profundamente arraigada (desde la
antítesis griega de érgo "de hecho", frente a lógo "de
palabra", hasta la teoría política reciente sobre el paso de
teoría a praxis), que contrapone el hablar o razonar con el hacer o
práctica real.
Al separarlos de ese modo, con ello se justifica y
consolida el esquema de relación entre ambos que rige en el comercio y
la política habitual, a saber: 1) se habla o razona para llegar a una
conclusión, 2) de esa conclusión se deriva un proyecto, programa o
plan de acción, 3) se pasa a la práctica y se realiza el plan
establecido.
Ya se entiende que mediante ese esquema, se trata de
asegurar que la acción no consista en otra cosa que en hacer lo ya
previsto, es decir, hacer lo que ya está hecho; que es justamente lo
que conviene para el sustento de las estructuras de política y
comercio establecidas y el éxito de sus negocios.
Y se trata, por otro lado, de que el hablar o razonar, como
sometido que está a la busqueda de conclusiones y a la acción futura,
resulte falto de interés en sí, puesto que, al estar destinado a
sostener una idea y servir a la presupuesta acción futura, apenas
podrá el hablar o razonar (salvo por fallo de la máquina) venir a dar
en hallazgos, invenciones ni descubrimientos inesperados.
Ese esquema de la acción también puede describirse más
sintéticamente así: que la separación entre el hablar (de la
acción) y la acción (de lo previsto) consigue, al poner la acción en
el futuro, convertir todo lo que la precede en un tiempo vacío, donde
no va a hacerse nada (más que lo que va a hacerse), donde no debe
suceder nada (más que lo que está ya sucedido en el futuro).
Y es así como, al mismo tiempo que a la acción se la hace
siempre futura (prevista, ideada o planeada por discurso previo), se
consigue que el discurso o discusión preparadora de la praxis se
vuelva, por así decirlo, aburrido por esencia, privado como está de
todo elemento de sorpresa o inesperado: testimonio, las reuniones de
negocios, los diálogos de políticos (estén en el poder o estén
organizandose para la acción futura) o el mismo discurso académico,
destinado a hacer saber lo ya sabido.
A la vez que la acción de lo ya hecho crea, por su
planeamiento, el tiempo vacío que le conviene, tambien queda sumido el
hablar y razonar en el tiempo vacío así creado y, por su propio
aburrimiento, condenado a la inutilidad.
Por ello será tanto más oportuno recordar lo que la
consideración desprevenida y el sentido común entiende: que el hablar
y el razonar son una acción, y que no se sabe lo que hablar y razonar
puedan hacer cuando se libran de su destino a la acción futura; pero
ciertamente, lo que hablar y razonar puedan hacer, si pueden algo, lo
podrán precisamente en cuanto no estén condenados a llegar a
conclusiones, a sostener ideas y a elaborar planes para la acción
futura.

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