El tiempo de verdad, que es un tiempo que no se sabe lo que es, que, 
por ejemplo, no tiene ninguna cosa de esas de pasados ni futuros, ni 
tiene una flecha que tire para la izquierda y otra que tire para la 
derecha, sino que, al no tener más que un sentido, este sentido en el 
que ahora mismo nos estamos hundiendo, no tiene ninguno. Ese tiempo de 
verdad, por este afán de saber, de concebir, se va convirtiendo en el 
tiempo que ustedes manejan o que les maneja a ustedes, en el tiempo de 
la Banca y de la Ciencia, un tiempo que se sabe, un tiempo que 
efectivamente tiene ya sus dos flechas, tiene pasado y futuro, y, si 
nos apuran, pues hay en el medio un puntito que es el presente, en 
fín, toda la fantasmagoría bien poco graciosa de que tienen ustedes 
llenan las cabezas si se descuidan y no las liberan de vez en cuando 
respecto a esto del tiempo.  Esto que se dice en general, se dice 
también respecto a los casos de la vida: la función de la poesía 
parte de una no resignación a la condena al tiempo real, va contra 
él, trata de descubrir su mentira. En ese sentido la poesía se sitúa 
en cierto modo en el umbral de los dos mundos, donde tenemos que 
imaginar a Orfeo en el momento del fracaso, cuando está a punto de 
arrastrar afuera a Eurídica y todavía él mismo no ha salido y vuelve 
la cara.
jueves, 7 de octubre de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario