sábado, 10 de enero de 2015

Los trabajos del Yo



   A la miserable onfaloscopia en que cada día más se van encenagando las relaciones públicas sociales de los hombres en general nos referimos, relaciones en que las relaciones mismas se erigen prácticamente en único asunto a tratar y con qué traficar, único asunto que cotidianamente vuelve a dar motivo a su reproducción, al par que los propios sujetos - en perpetua ansiedad de conocer, evaluar, mejorar, celar o confirmar cada día sus "posicionamientos", opiniones e ideas relativos y de seguir y vigilar la fluctuación de cada personal valor en la bolsa de las personalidades- se convierten en objeto esclusivo de tales relaciones. De ahí que el saber chismes - y, consiguientemente, disponer de fuentes- es hoy el elemento decisivo para valerse en sociedad, ya que tal mercancía gregaria o personal en torno a los sujetos y sujetas y sus relaciones es el único objeto intercambiable y comercializable en semejante tráfico social circulatorio y autorrealimentado. Círculo centrípeto donde el onfaloscopio individual de cada Yo se reproduce, reenfoca y reorganiza hacia el común ombligo de los Yos plurales, de los grupos, de los grupos de grupos, hasta llegar a presuntas identidades étnicas, como ombligos mayores que convocan en torno suyo, en mucho más poderosos remolinos de succión, la rotación centrípeta de nuevos y más vastos circuitos onfaloscópicos.
   Por otra parte, la tan traída y llevada unidad, concretamente al referirla a los hombres, es decir, la que une a los hombres como hombres, ha de estar caracterizada por la condición de éstos; cuando le falta esa caracterización permanece astracta respecto de ellos, y es una referencia puramente mecánica; cuando tiene esa caracterización, se llama amistad. Unidad sin amistad es algo esterior y mecánico respecto de los hombres, lo que quiere decir que no los une como hombres, sino como cosas; no es más que una arbitrariedad reificadora, una astracción forzosa y deprimente.
  Pero lanzarse a este ataque contra los nacionalismos más pequeños y contra sus hermanos mayores con la lanceta de sangrar desenvainada y el cauterio al rojo, puede llegar a ser no sólo ineficaz sino hasta contraproducente. Pues ¡dígaselo usted a quien se encuentra poseído por la pasión! Predicar una nueva Fe entre practicantes de un viejo culto animista, tibio y desgastado puede ser un propósito con esperanza de éxito, pero proponer el escepticismo y el agnosticismo entre gentes entusiasmadas y enfervorizadas con sus propios  dioses  patrios, no sólo parece idea desesperada, sino tal vez también el  mejor modo de atizar el fuego, ya que para la llama de la creencia no hay mejor leña que el hostigamiento, porque permite inflamarse a los creyentes en eso que suele llamarse santa indignación. Todas las religiones y creencias tienden a reclamar para sí mismas el derecho a que se las respete, y esto no tanto ni necesariamente por prepotencia absolutista, sino por la razón, tan peculiar, de que el creyente se identifica y confunde con su creencia hasta tal punto que tomará por violación de un derecho personal y sentirá como ofensa a su persona misma cualquier posible falta de respeto a su creencia.                   
   Otras armas mucho más fuertes harían falta contra el mito que las del optimismo desmitificador de un estrecho racionalismo economicista que pretende luchar contra el mito simplemente negando su poder real incluso en el pasado, y cuya manifestación historiográfica es suprimir, por anecdótica, la narración de las batallas. Entre tanto, han logrado que la racionalidad utilitaria se vuelva la ideología enmascaradora de los antiguos demonios renacientes. Pero mientras la estrella del Yo no desaparezca del horizonte humano, la batalla seguirá siendo el acontecimiento histórico por escelencia, el hecho capital en la vida de los hombres y los pueblos.
  Es preciso otorgar todo su peso a la evidencia de que la patria es rigurosamente un Yo, y el más desaforado y prepotente de todos ellos. Siendo la patria, y a menudo incluso la revolución, esencialmente un Yo, y siendo el sentimiento patriótico o irredentista un impulso esencialmente autoafirmativo, no hay una aproximación meramente metafórica, sino completamente real en asimilar el terrorismo al deporte y en reconocerle los rasgos generales de ese capítulo de actividades humanas que podría llamarse los Trabajos del Yo. Y Niké, la victoria, se reirá infinitamente de la mala gracia, de la poca malicia, la ninguna agudeza, las míseras artes, desvirtuados hechizos e inhábiles poderes de Venus Afrodita para la seducción de los humanos, para los cuales una sola ondulación de un pliegue de la orla del vestido en la levísima brisa levantada por el paso flotante de Niké tiene todo el arrebato de una tempestad infinitamente más irresistible que lo que la entera belleza de Afrodita, ofrecida en el máximo esplendor de las espumas marinas que la entregaron a la playa, soñó jamás en provocar. 

[R.S. Ferlosio]