A
la miserable onfaloscopia en que cada día más se van encenagando las
relaciones públicas sociales de los hombres en general nos referimos,
relaciones en que las relaciones mismas se erigen prácticamente en único asunto
a tratar y con qué traficar, único asunto que cotidianamente vuelve a dar
motivo a su reproducción, al par que los propios sujetos - en perpetua ansiedad
de conocer, evaluar, mejorar, celar o confirmar cada día sus "posicionamientos",
opiniones e ideas relativos y de seguir y vigilar la fluctuación de cada
personal valor en la bolsa de las personalidades- se convierten en objeto
esclusivo de tales relaciones. De ahí que el saber chismes - y,
consiguientemente, disponer de fuentes- es hoy el elemento decisivo para
valerse en sociedad, ya que tal mercancía gregaria o personal en torno a los
sujetos y sujetas y sus relaciones es el único objeto intercambiable y
comercializable en semejante tráfico social circulatorio y autorrealimentado.
Círculo centrípeto donde el onfaloscopio individual de cada Yo se reproduce,
reenfoca y reorganiza hacia el común ombligo de los Yos plurales, de los
grupos, de los grupos de grupos, hasta llegar a presuntas identidades étnicas,
como ombligos mayores que convocan en torno suyo, en mucho más poderosos
remolinos de succión, la rotación centrípeta de nuevos y más vastos circuitos
onfaloscópicos.
Por otra parte, la tan traída y llevada
unidad, concretamente al referirla a los hombres, es decir, la que une a los
hombres como hombres, ha de estar caracterizada por la condición de éstos;
cuando le falta esa caracterización permanece astracta respecto de ellos, y es
una referencia puramente mecánica; cuando tiene esa caracterización, se llama
amistad. Unidad sin amistad es algo esterior y mecánico respecto de los
hombres, lo que quiere decir que no los une como hombres, sino como cosas; no
es más que una arbitrariedad reificadora, una astracción forzosa y deprimente.
Pero lanzarse a este ataque contra los nacionalismos
más pequeños y contra sus hermanos mayores con la lanceta de sangrar
desenvainada y el cauterio al rojo, puede llegar a ser no sólo ineficaz sino
hasta contraproducente. Pues ¡dígaselo usted a quien se encuentra poseído por
la pasión! Predicar una nueva Fe entre practicantes de un viejo culto animista,
tibio y desgastado puede ser un propósito con esperanza de éxito, pero proponer
el escepticismo y el agnosticismo entre gentes entusiasmadas y enfervorizadas
con sus propios dioses patrios, no sólo parece
idea desesperada, sino tal vez también el
mejor modo de atizar el fuego, ya que para la llama de la creencia no
hay mejor leña que el hostigamiento, porque permite inflamarse a los creyentes
en eso que suele llamarse santa indignación. Todas las religiones y creencias tienden
a reclamar para sí mismas el derecho a que se las respete, y esto no tanto ni
necesariamente por prepotencia absolutista, sino por la razón, tan peculiar, de
que el creyente se identifica y confunde con su creencia hasta tal punto que
tomará por violación de un derecho personal y sentirá como ofensa a su persona
misma cualquier posible falta de respeto a su creencia.
Otras armas mucho más fuertes harían falta
contra el mito que las del optimismo desmitificador de un estrecho racionalismo
economicista que pretende luchar contra el mito simplemente negando su poder
real incluso en el pasado, y cuya manifestación historiográfica es suprimir,
por anecdótica, la narración de las batallas. Entre tanto, han logrado que la
racionalidad utilitaria se vuelva la ideología enmascaradora de los antiguos
demonios renacientes. Pero mientras la estrella del Yo no desaparezca del
horizonte humano, la batalla seguirá siendo el acontecimiento histórico por
escelencia, el hecho capital en la vida de los hombres y los pueblos.
Es preciso otorgar todo su peso a la
evidencia de que la patria es rigurosamente un Yo, y el más desaforado y
prepotente de todos ellos. Siendo la patria, y a menudo incluso la revolución,
esencialmente un Yo, y siendo el sentimiento patriótico o irredentista un
impulso esencialmente autoafirmativo, no hay una aproximación meramente
metafórica, sino completamente real en asimilar el terrorismo al deporte y en
reconocerle los rasgos generales de ese capítulo de actividades humanas que
podría llamarse los Trabajos del Yo. Y Niké, la victoria, se reirá
infinitamente de la mala gracia, de la poca malicia, la ninguna agudeza, las
míseras artes, desvirtuados hechizos e inhábiles poderes de Venus Afrodita para
la seducción de los humanos, para los cuales una sola ondulación de un pliegue
de la orla del vestido en la levísima brisa levantada por el paso flotante de
Niké tiene todo el arrebato de una tempestad infinitamente más irresistible que
lo que la entera belleza de Afrodita, ofrecida en el máximo esplendor de las
espumas marinas que la entregaron a la playa, soñó jamás en provocar.
[R.S. Ferlosio]
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