lunes, 28 de mayo de 2012

Crisis... de fé?


Lo primero  -se lo digo clarito- :  me resbala vuestra “crisis”, pero eso no quiere decir que nos vayamos a callar. Como tanto les oigo cacarearla a los unos y a los otros sirvientes del Dinero, por papeles y pantallas por todo el orbe a troche-moche, escandalizados,  me pareció que algo que no se esperaban ustedes se podría decir, por si sirve de algo, porque si se descuidan van a descubrir la verdad de la mentira que les sustentaba: que todos esos números que manejan y les tienen, eran eso: cifras de su fe, su número en la cola para la salvación de sus almitas y –verán-, para que no se lo quiten de encima con meramente tachar al que escribe de loco o ignorante en economías, pues se lo esplico un poco más al detalle. No se lo pierdan, que casi seguro que nunca les van a hablar así de claro acerca de estos líos de la gestión de sus vidas.
Porque de buena táctica para una política de veras es que cuando se vea que los Ejecutivos o Administradores del Capital o Estado y los servidores de los Medios le cogen gusto a un término y dan en usarlo por acá y por allá, empezar a sospechar que ahí se encierra algún truco, tergiversación o disimulo, importante para el Poder, que sólo por la mentira puede sostener la fe que necesita. Y no es que esto de la crisis y el estar en crisis sea cosa de ayer, pero, a lo que oigo por los que se informan de cómo anda el cotarro, está muy al día, ya sea en el pulso económico o ya en debates de políticos.
    ¿Cómo pues no empezar diciendo algo contra las ideas y la Fe que les domina?
A ello vamos: nos han echado encima este imperio del Dinero y apenas se oyen voces contra él.  La religión (esto es, la ideología) hoy es la Economía. Y la política es la economía también. La economía es la economía: el Dinero por todo lo alto. Y nos quieren hacer creer que el dinero no es una idea cuando está claro que el dinero es la ideología por excelencia. Incluso aún hay quien tacha de “materialista” al que se cuida de su negocio y sus dineros! Así que por acá abajo pensamos que lo que verdaderamente y por todo lo alto padecemos es la Religión que está representada por un Dios que es Dinero, realidad de las realidades. ¿Cómo es que el dinero es personal? ¿Cómo es que el dinero, esa forma más avanzada de Dios, cumple también esa condición? Apenas hay más que recordarlo: el dinero es personal. En tiempos en que la moneda era una forma de Dinero, en la moneda estaba la cara del monarca, la cara personal, con sus rasgos, del Emperador o del Rey. Eso era una preparación para lo actual: en la Democracia no hay reyes de verdad, no hay más reyes que la Persona. Que se sigan haciendo moneditas del antiguo régimen sirve para distraer. El Dinero de verdad es ese dinero del que la Persona dispone. Ya podéis ser vosotros muy modestos al estampar vuestra firma en la Banca, pero en la computadora del Banco figura vuestro nombre, y éste representa tales cifras, ya sean rojas o negras, pero en todo caso es vuestro nombre el que vale eso. Valéis eso, y ese dinero, esas cifras, sólo valen en la medida en que son de una persona, en que representan a la Persona. La Persona puede ser, como se sabe, un consorcio o una persona jurídica o lo que sea, pero, en todo caso, una persona. Una persona que puede fácilmente hacer todos los jueguecitos que sabemos: entablar tratos con otras personas, intercambiarse, etc. Una persona que puede jugar en la Bolsa, y, mejor que en la Bolsa todavía, en ese cruce de pantallazos todo alrededor del globo por medio de la Red Informática Universal, que permite estar en siete u ocho bolsas al mismo tiempo y establecer ese juego. Nada de eso se podría hacer si no fueran personas las que costituyen la verdadera esencia del Dinero.
Esto quiere decir que, si el dinero consiste en la Persona, su firma, el crédito de que goza y su firma le atribuye, entonces tenemos unas personas que son cosas, cada una de vuestras almitas personalmente. No es ya sólo aquello tan viejo de “tanto tienes, tanto vales”, sino que vales lo que tienes, y ese eres tú, en cuanto ente real, y no hay otra forma de alma real más que ésa que está representada por la firma y el crédito de que uno goza en la Banca, desde los escalones más bajos a los más altos, que juegan con el Dinero en los mercados de la Red Informática Universal.
   Esa es la condición. Dios subsiste, pués, plenamente, en esta forma más avanzada en el Régimen que hoy padecemos, aunque sigan floreciendo en pleno toda clase de religiones de las viejas. Es por eso por lo que hay que insistir en que esta Religión actual, como las viejas, está sostenida por la Fe. Si se dejara de creer, caería sin más. Lo estáis sosteniendo todos los días en la medida en que creéis, os fiáis de las cifras del crédito, creéis en lo que vuestro capitalito va a rendir al cabo de tres meses o tres años. Como esta condición de la Fe, que en la Banca se llama crédito, de creer, que es la verdadera esencia del Dinero, que es todo Futuro, todo Fe, como esa condición de la Fe es la misma que en las viejas religiones (la Fe en Dios está inmediatamente ligada con la esperanza de la Gloria Eterna), por eso mismo, la necesidad de Fe, es por lo que se llevan tan bien la verdadera Religión del Régimen con los restos de las otras religiones. Es de suma conveniencia para el Poder que sigan conviviendo juntas unas con otras. Evidentemente la nueva Religión alzará sus nuevas catedrales, sus iglesias sucursales y bancos más o menos horripilantes que el Capital levanta por todas partes, pero conservando las viejas catedrales y muchas de las iglesias, y conservará igualmente las formas de culto pasadas de moda. Es una conveniencia. ¿Cómo no se van a llevar bien si, después de todo, todas son formas del mismo Dios, que solamente cambian para seguir manteniendo su imperio? Se llevan muy bien, y distraen mucho, y ésa es la función que cumplen.
   Aprovechando de paso los últimos jueguecitos de los que se dicen “ateos” (o, como dice una buena amiga: “ateistas”) les recuerdo, para que no hagan como si no, por la cuenta que les trae, que es el Dinero la cara de Dios que corresponde al Régimen que padecemos, y nuestra Fe es la Fe en él, que, como en toda religión, no es más que el Futuro. Pues es el Dinero la cosa de las cosas: es la cosa de la que más se habla, de condición sublime o impalpable, por doquiera inmanente o inmiscuido en la vida cotidiana, cuyo hijo unigénito es el Hombre, esto es, el Individuo Personal, que en su nombre y firma pone el alma, o sea la garantía del valor y el poder del Padre en este mundo, es el Juez Supremo, que eleva a los que tienen Fe a una futura Gloria Eterna, y condena a los que han fallado en su Fe a los abismos de la miseria y el tormento. No hay más que observar los  rasgos estremos de Su culto y Su liturgia: es Ése el Dios que ha movido las Conquistas sanguinarias del Globo, la proliferación de las Empresas de la nada, la erección de pirámides y rascacielos de los Estados y la Iglesia sobre millones de esclavos fieles, donde laten enterradas, entre muchas buenas, las palabras de uno que decía «No os preocupéis del día de mañana: el día de mañana cuidará de sí mismo: a cada día con su mal le basta».
Dios sólo tiene distintas caras para ocultar que todas son la misma, y seguir así moviendo las falsas guerras entre una y otra Fe, de las que también Su Capital hace negocio, y el primero el de la Información de los feligreses, que sostiene su Fe en la Historia y el Futuro de la Humanidad y de cada uno.
Ahora, no es cierto, simplemente, que Dios haya tomado entre nosotros la faz más descarada de Dinero, sino que, también al revés, el Dinero no es otra cosa más que Dios; y Dios, como impalpable y falso y siempre-futuro que es, necesita la Fe de las multitudes para no caer en el vacío: sin Fe, no hay Dinero, no hay Dios que siga administrando la muerte y sacrificando vidas al Futuro.
Fijémonos ahora en la tan famosa crisis económica esta, o financiera, que tanto os estará entreteniendo durante estos meses o años: el empeño en que por allá arriba saben; que los Directores de las Bancas, que los Regentes de la Bolsa, que los Ministros de la Hacienda de un sitio o del otro saben de qué se trata, y que por tanto, pues toman medidas, y hacen declaraciones de conciencia del asunto, y dan órdenes destinadas a modificar o paliar la realidad de la supuesta crisis económica.  Bueno, pues supongo que casi ya no hacía falta que yo lo dijera aquí: sospechamos por lo bajo que todo eso es filfa, bambolla; bambolla necesaria para engañar, para entretener, a través de los Medios: ni banqueros, ni financieros, ni ministros tienen miedo de las cosas que dicen que tienen miedo: tienen un miedo mucho más profundo, que es justamente el miedo de descubrir que el Dinero se mueve por sí solo, y que por tanto ellos son unos monigotes. Este es el miedo de verdad. Efectivamente, lo mismo que podemos decir de la producción de pistolas y de automóviles, pero todavía en grado más alto: el Dinero, cosa de las cosas, la cosa por escelencia, tiene naturalmente sus fines en sí mismos; como que está costituído por sus fines, como que no hay Dinero de verdad poderoso más que el Dinero futuro, el que depende justamente de su fin, el que camina a un fin con su Crédito, con su Fe.  Y por tanto, claro está que Él sabe lo que hace, el Capital sabe lo que hace.  Hay un miedo por parte de las personas, y especialmente de las personas ilustres y destacadas, a descubrir que ellos ahí son unos monigotes: que ni saben lo que pasa con la crisis, ni saben de dónde viene, ni saben siquiera qué quiere decir la tal crisis, ni saben las causas por la que ha empezado, ni de los medios por los que se puede cortar, pero que tienen que hacer como que sí: cuanto más es el peligro de descubrir la condición de monigotes de los hombres, tanto más los hombres tienen que apresurarse a sostener lo contrario, y a lucirse mucho, y a sacar muchos nombres y muchas opiniones en el mismo sentido.  Lo que quieren hacer creer es que estamos en un trance decisivo, en el que la marcha de las finanzas y la consiguiente gestión de nuestras vidas toca un máximo de peligro que, una vez superado, permita que las cosas sigan progresando normalmente.
 Tal es la doble función política de la crisis: por un lado, entretener al personal alarmándolo un tanto con algo que pueda amenazar a la Administración y a su ordenada felicidad, esto es, llenar el tiempo vacío, el aburrimiento que cría la fe en el Futuro y en que no puede hacerse más que lo que ya está de antemano hecho; y eso, por otro lado, con la sugerencia de que es sólo una crisis, tras la cual, ya pasada, vuelva la normalidad, que por el pasajero peligro se habrá hecho más amada de los fieles.
    Pero ‘crisis’ también quería decir ‘juicio’; y los ejecutivos de Dios, dispuestos a contar futuros y a que Estado y Capital pasen cualesquiera crisis y avatares, menos la última crisis o Juicio Final, no saben que la mentira se juzga y condena a sí misma, y consigo condena a los “fabricantes y atestiguadores de falsedades” a una crisis definitiva.
A mí, como a cualquiera, en nada me va todo esto de los Medios acerca de 'crisis'. No me toca, no siento nada, pero, eso sí, ¡cómo de cargante el darse cuenta de que los prójimos se lo tragan y se creen que algo decisivo está pasando! Ese es el miedo de los que creen que tienen algo que perder. Nosotros por acá abajo nos desentendemos sin más de entretenernos más con sus crisis.

miércoles, 18 de abril de 2012

Redención



–Así que a celebrar por ahí las Páscuas. –Bueno, mujer, no exageres: las vacaciones. –Ya: y ¿cómo andan por esos barrios? –Pues, ¿cómo quieres?: Todo fiestas y ruidos y revoleos, al son de las procesiones, cuando salen, y, si no, a otras músicas y ruidos, vinos, flores… Ya sabes. –Ya sé: celebrando en grande la Pasión. –¿La Pasión? ¿Qué dices tú, Nerisa? –Ni te acordabas ya, Terele, de que la Semana Santa era por eso, por la pasión y muerte de Jesús. –¿Cómo no voy a acordarme? Pero eso… ¿qué pasa? ¿Te has vuelto ahora religiosa? –No; pero, con tanta bambolla y barullo, me ha dado por pensar que qué poco debe de quedar de compasión entre la gente. –¿Qué?: ¿Querías que fuese como en tiempos de la abuela, que dice que las mujeres lloraban por las calles al pasar los pasos de la Pasión? –No sé lo que quiero, pero eso que ahí estaba pasando era algo serio: era nuestra redención. –¿Redención? ¿Qué era eso, sabihonda? –Pues era, dicen, que es que nos habían vendido.. –¿Vendido? ¿A quién? –Pues ¿a quién va a ser?: al dinero, al que puede. –Y, ¿qué? –Pues que esto de la pasión era para descomprarnos. –¿Cómo? –Haciéndonos sentir en carne qué es eso del dinero. –¿Qué es? –La muerte. –¿Eh? –El futuro de cada uno. –Y ya con sentir eso… –Ya con eso librarnos del trato, deshacer la venta de las almas: eso es redención. ...¿Que de eso nos lavaban las lágrimas de la compasión? –Puede. Pero, a lo que se ve por la feria, las cosas no han ido por ahí, ¿verdá, Terele? –Me parece, Nerisa, que me estás haciendo cosquillas en la oreja. –Pues cuelgo, prima, no se te vaya a meter alguna larvita de desengaño por el caracol.
 --------------------------------------
¡Que se declare y se sienta bien claro lo que es esta condena al dinero, a la vida privada del señor hombre y su señora hombre y a la economía justiciera del estado-capital que los fabrica, que quiere que valga para todas sus crías y para cualquier criatura, como si no hubiera otra!
 _____________________
Por cierto, que me he dado cuenta de la relación de la falta de compasión "que se ve por la feria" con la creencia en la libertad personal o por lo menos con la proclamación y la afirmación a cada paso y a todas horas de esa libertad (¿será eso la creencia*: sostenella y no enmendalla sin asomo de razón? Supongo que va junto con "doctores tiene la Iglesia", que sirve para no permitirse cuestionar nada), de que "si te pasa eso, es porque quieres", "de tí depende", "tú eres muy dueña de...", "si trabaja en eso, es porque quiere", y puede llegar a oírse que Jesucristo se metió en aquello por su propia voluntad (que "se dejó apiolar por santurrón" como decía aquel), por su libre culpa: como tenía un nombre propio, pues ya está. Que cada quien es cada quien, vamos (qué querrá decir eso?), que no hay más que acatar el ideal, aplicarlo por doquier, y ni sentimientos ni razones. 
¿Os dais cuenta vosotros también de cómo elimina cualquier compasión esa fe en la libertad de cada uno, esa idea salvadora del señor, que no puede permitirse sentir con otro, y cómo sale al paso de esa tentación al momento? ¿Quién sería uno, si no? Te la aplican aquí sin compasión, en cuanto barruntan que sufres algo o por algo; pueden incluso decirte que sufres porque quieres, porque hay remedios o filosofías de sobra para no sufrir y no las estás usando, y condenan el sufrimiento, lo condenan a ser algo así como una enfermedad tuya, nada de que pueda sufrirse en común y no en particular. Terrible!
Supongo que  es por eso que la simpatía o compasión queda reducida para muchos, por ejemplo, a algunos casos del reino animal... (¡pero los hay que piden derechos para ellos, como si fueran unos sin-papeles cualesquiera!) porque no se entiende cómo la imposición del ideal del hombre libre pesa sobre la gente  en cuanto nos ponen el nombre del muerto futuro, condenándonos a la guerra, a la división, a la venta y a no ser capaces de sacudir el yugo, que es ese ideal de que yo soy ése. Pero no soy ése, no.  Seas quien seas tú, oh ente autónomo último, ¡sacúdetela tu cruz! 

*pensando más en eso de la creencia, de la fe, mayoritaria, que me da mucho que pensar, y recordando lo que decíamos de que es un saber, se diría que lo primero es un saber (y un terror) de las violentas prácticas del mundo, de lo que reina en la justicia, en la literatura y en las demás istituciones y tratos o maltratos que se hacen pasar como lo normal o real, y luego una justificación de eso: si nos tratan así es porque somos así, y ya se inventa la naturaleza  humana y tal y cual, y la naturaleza toda con ella.
 Así que el hallazgo de la incertidumbre (esa clara incertidumbre de lo que me pasa a mí y a cualquier cosa conmigo) o el hallazgo de lo que hay fuera del tiempo (real, pretendidamente natural), de AHORA sin medida ni fin, es un hallazgo precioso, junto con éste de la razón común. 

¡Salud! ¡y que viva la comuna!

viernes, 2 de marzo de 2012

LA VOZ DE NADIE - Granada, octubre de 2011


El movimiento popular de mayo ha sacado a la luz pública la cara de la crisis que permanecía oculta: la crisis política, que también podemos llamar crisis de la democracia, o crisis de la representación.
Desde entonces seguimos dándole la vuelta a la moneda (falsa) de la crisis, y descubriendo su otra cara. Aunque en realidad, la crisis de la representación tiene muchas caras. Tan solo hay que llegar y, sin más, sacar a la luz alguna de ellas.

Tal que así:

Llegaron los de abajo y le dijeron al de arriba: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegó el pueblo y le dijo al presidente del gobierno democrático: «¡Que no, que no, que no me representas!»
Llegaron los afectados por la crisis y le dijeron al jefe del partido de la oposición: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegaron los trabajadores y le dijeron al jefe del sindicato: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegaron los estudiantes y le dijeron al ministro de Educación: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegaron las mujeres y le dijeron al Hombre: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegaron los niños y le dijeron al adulto: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Resucitaron los muertos de la carretera y le dijeron al ministro de Fomento: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegaron los valientes y le dijeron al general: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegó el Cuerno de la Abundancia y le dijo al multimillonario: «¡Que no, que no, que no me representas!»
Llegó el sentido común en persona y le dijo al filósofo renombrado: «¡Que no, que no, que no me representas!»
Llegó razonando la razón y le dijo al prestigioso científico: «¡Que no, que no, que no me representas!»
Llegaron cantando las musas y le dijeron al Nobel de Literatura: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegó volando una bandada de pájaros retando al pintor: «¡A que no, a que no, a que no nos representas!»
Llegaron los acampados y le dijeron al fotógrafo de prensa: «¡Que no, que no, que no nos representas!»
Llegó el verbo encarnado y le dijo al Papa: «¡Que no, que no, que no me representas!»
Llegó un niño jugando a la pelota y le dijo a los campeones del mundo: «¡Que no, que no, que no me representáis!»
Y así podríamos seguir interminablemente; solo que entonces, ¿a quién representan los representantes? Pues está muy claro:
Llegó el dinero y le dijo al banquero: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Llegaron los poderosos y le dijeron al político: «¡Que sí, que sí, que sí nos representas!»
Llegó la mentira y le dijo al director del periódico: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Llegó la mayoría y le dijo al representante elegido democráticamente: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Llegó la caradura y le dijo al corrupto: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Llegó la miseria y le dijo al economista: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Llegó el miedo y le dijo al mafioso: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Llegó la estupidez y le dijo al presentador de televisión: «¡Que sí, que sí, que sí me representas!»
Y así interminablemente también. ¿Quién puede ponerle límites a la crisis de la representación?

Pero claro, también podemos decir, para no cerrar en falso, y para no hacernos demasiadas ilusiones, algo como esto:

Llegó otra vez el pueblo y le dijo al Movimiento 15­M: «¡Que no, que no, que no me representas!»
Y es que los que contradicen a los representantes del Poder no pueden ellos estar libres de contradicción.
Ni el abajo firmante tampoco. Lo que no impide seguir haciendo pública, si eso fuera posible, una voz popular, o sea, una voz que contradiga lo que dicen los poderosos, o que diga lo que ellos callan.
Voz de nadie, por ser de cualquiera.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Sobre la huelga General

Ha resucitado en las últimas asambleas la posibilidad de una huelga general, como se ha oído decir, “indefinida”. Una distinción muy clara se hacía ya en este texto de Walter Benjamin entre dos tipos de huelga general: sería útil aprovechar la claridad de esta exposición de Benjamin para los próximos debates, por lo que os recomendamos la lectura atenta de estas líneas, que la verdad es que no tiene desperdicio. En este ensayo, titulado Para la crítica de la violencia (trad. al español de A. Murena), describe la violencia a la vez como creadora y conservadora de derecho, trata de las formas que adopta (militarismo, policía, y violencia mítica y divina), y también encuentra, como opuestos a ella, lo que llama “medios puros” (libres de violencia): la lengua común de la gente, es decir, “la conversación considerada como técnica de entendimiento civil”, y un tipo de huelga que, como se oía hoy, es “para no volver”, “indefinida” en el sentido de sin fin, distinta de otras (las que conocemos) que usan la extorsión para conseguir unos fines.
Si os parece de interés y tenéis medios, procurad que se difunda este razonamiento lo más posible. Salud!

“A continuación definiremos dos tipos esenciales de huelga, cuya posibilidad ya ha sido examinada. El mérito de haberlos diferenciado por primera vez (más sobre la base de consideraciones políticas que sobre consideraciones puramente teóricas) le corresponde a Sorel*. Sorel opone estos dos tipos de huelga como Huelga General Política y Huelga General Revolucionaria. Ambas son antitéticas incluso en relación con la violencia. De los partidarios de la primera se puede decir que “el reforzamiento del Estado se halla en la base de todas sus concepciones; en sus organizaciones actuales los políticos (es decir, los socialistas moderados) preparan ya las bases de un poder fuerte, centralizado y disciplinado, que no se dejará perturbar por las críticas de la oposición, que sabrá imponer el silencio, y promulgará por decreto sus propias mentiras.” “La huelga general política nos muestra que el Estado no perdería nada de su fuerza, que el poder pasaría de privilegiados a otros privilegiados, que la masa de los productores cambiaría sus patrones.” Frente a esta huelga general política (cuya fórmula parece, por lo demás, la misma que la de la pasada revolución alemana), la huelga proletaria se plantea como único objetivo la destrucción del poder del Estado. La huelga general revolucionaria  “suprime todas las consecuencias ideológicas de cualquier política social posible; sus partidarios consideran como reformas burguesas incluso a las reformas más populares.” “Esta huelga general muestra claramente su indiferencia respecto a las ventajas materiales de la conquista, en cuanto declara querer suprimir al Estado; y el Estado era precisamente… la razón de ser de los grupos dominantes, que sacan provecho de todas las empresas de las que el conjunto de la sociedad debe soportar los gastos.” Mientras la primera forma de suspensión del trabajo es violencia, pues determina sólo una modificación extrínseca de las condiciones de trabajo, la segunda, como medio puro, está exenta de violencia; porque ésta no se produce con la disposición de retomar (tras concesiones exteriores y algunas modificaciones en las condiciones laborales) el trabajo anterior, sino con la decisión de retomar sólo un trabajo enteramente cambiado, un trabajo no impuesto por el Estado, inversión que este tipo de huelga no tanto provoca sino que realiza directamente. De ello se desprende que la primera de estas empresas da existencia a un derecho, mientras que la segunda es anárquica. Apoyándose en observaciones ocasionales de Marx, Sorel rechaza toda clase de programas, utopías y, en suma, creaciones jurídicas para el movimiento revolucionario: “con la huelga general todas estas bellas cosas desaparecen; la revolución se presenta como una revuelta pura y simple, y no hay ya lugar para los sociólogos, para los amantes de las reformas sociales o para los intelectuales que han elegido la profesión de pensar por el proletariado.” A esta concepción profunda, moral y claramente revolucionaria no se le puede oponer un razonamiento destinado a calificar como violencia esta huelga general a causa de sus eventuales consecuencias catastróficas, incluso si puede decirse con razón que la economía actual en conjunto se asemeja menos a una locomotora que se detiene porque el maquinista la abandona que a una fiera que se precipita apenas el domador le vuelve las espaldas, queda además el hecho de que respecto a la violencia de una acción se puede juzgar tan poco a partir de sus efectos como a partir de sus fines, y que sólo es posible hacerlo a partir de las leyes de sus medios. Es obvio que el poder del Estado, que atiende sólo a las consecuencias, se oponga a esta huelga (y no a las huelgas parciales, en general efectivamente extorsionadoras) como una pretendida violencia. Pero, por lo demás, Sorel ha demostrado con argumentos muy agudos que una concepción así rigurosa de la huelga general resulta de por sí apta para reducir el empleo efectivo de la violencia en las revoluciones.”

*Sorel, Réflexion sur la violence.

martes, 21 de febrero de 2012

Una tonadilla


... que me salía al hilo de las palabras que se escuchan en asambleas y así!

“Canalizar el descontento!” 

Joder! 

Y si se sale del canal? 

Qué hay que meterlo en vereda, o qué? Hay que hacer, hay que hacer! Qué, padre?

[Y ay! también de los pre-senti-mientos de los otros!]

Pero tú? Qué dices tú?

 

Habla tú niño, sin pre- sin –zación,

ni canal-, ni dinámica ni móvil-,

ni -visión, ni -conización…

tampoco –ficación ni –cracia, 

sin colectivos, ni grupos de trabajo,

sin – espacios, sin –misión, ni comisión,

sin debate formativo, implicación,

-ción, y sin órgano, y sin evaluación!

Y menos, menos aún , legitimación!

Sin “solidar…”, sin con-solidar.

Y sin per-, sin per- - vive Dios!-

sin ‘perspectivas de lluita’ y acción!

Ay!

Me diréis “¿por qué?” o ¿qué nos queda

si nos quitamos ese tanto hablar así?

Pues queda esto: que no haiga escuela! 

 

lunes, 6 de febrero de 2012

DECLARACIÓN DE LAS VÍCTIMAS DEL AUTOMOVILISMO


Declaramos que se consideran incluidos como tales

no sólo quienes hayan sufrido más directamente cualquier atropello de la carretera (aquí no creemos que sean “accidentes”: sabemos que ese destrozo multitudinario de vidas es un producto necesario del tráfico por carretera) o cualquier percance más o menos mortal también en todas esas competiciones que organizan de coches y motos;

o quienes más padezcan 

-el horror por los malos humos y por la arritmia que la invasión del automóvil nos hace sufrir en cualquier paseo por las calles y, junto con él,
-el horror del ruido permanente del tráfico, noche y día, que llena muchas veces hasta los mismos dormitorios y habitaciones de las llamadas viviendas (rara vez ya casas) donde solemos andar metidos,
- el horror de verlos a todas horas por todas partes, lo mismo en imagen a todo color que de cuerpo presente;

también quienes se ven “obligados” por la fuerza de cualquier necesidad creada

 -a comprarlos,
- a venderlos,
- a fabricarlos,
- a sacarse el permiso de conducir,
- a trabajar en la publicidad del auto (y en la llamada “información”, televisión y prensa de todo tipo, que sirve de escusa, relleno y soporte para los anuncios de coches),
- a colocar los anuncios de la publicidad del auto,
- a reparar sus averías,
- a trabajar en cualquier cosa relacionada con gasolinas, desde grandes petroleros a gasolineras o industrias de derivados (plásticos, gases, etc) o incluso guerras por el oro negro,
- a trabajar en cualquier cosa relacionada con carreteras, desde los puestos de peaje y las obras de mantenimiento y costrucción de más “autovías” o como se llamen, a los puticlús de carretera pasando por todo eso que llaman zonas de servicio, y enormes aparcamientos, supermercados, discotecas y negocios de esos que tienen las carreteras a los lados,
- a trabajar de guardias de tráfico (agentes de movilidad los llaman) o funcionarios del tráfico  encargados de las multas y de otras mil burocracias del tráfico y sus permisos,
- a trabajar como bomberos y personal de ambulancias vario que atienden los costantes “accidentes”,
- a trabajar en los penosos trasportes por carretera, especialmente de camioneros, pero también con autobuses y autocares,
- a trabajar para mantener un auto propio o más de uno, conducirlo, aparcarlo, limpiarlo y pagar todos los costantes gastos que tiene la criatura,
- a sufrir los viajes en el auto familiar, sean de vacaciones o de trabajo, las conversaciones a todas horas sobre autos, sobre multas, y muchas más penalidades que no caben en una hoja;

y quienes padecen o han padecido por causa de

la ruina de los verdaderos medios de trasporte, inutilizados por la mala idea de vender coches a todo cristo. Los que han visto como se echaba a perder el uso del ferrocarril y del tranvía delante de sus ojos sin que nada pudiera impedirlo, dados los tremendos intereses que sostienen el negocio del Automóvil y la Carretera contra toda razón y contra cualquier sentido común que pudieran aplicarse a resolver el asunto del trasporte de mercancías y viajeros, por la locura que aquí denunciamos: la imposición del Automovilismo.
Todo esto en lo que se refiere a víctimas más o menos humanas, pero no podemos olvidar a otros que vienen siendo víctimas de lo mismo: ciudades, pueblos, campos, animales, mil cosas.

miércoles, 1 de febrero de 2012

¿PARA AHORRAR?

Se preguntaban los de la Asamblea Popular del Barrio de la Concepción en un panfleto que me repartieron en la Puerta del sol  y nos preguntaban a los lectores si eran para ahorrar las estrañas medidas oficiales que en el mismo escrito detallaban: ahorro de gastos (de personal, sobre todo, pero también de otros recursos)  en lo público, en eso que llaman servicios que para el público en general resultaban más baratos, gasto desmedido en lo privado, en esos mismos servicios puestos al alcance no más que de gente pudiente o adinerada. Lo que más les estrañaba, creo, es lo de la privatización, en marcha, del Canal de Isabel II, una empresa pública que da, según cuentan, pingües beneficios a “las arcas del estado” (¿dónde estarán esas arcas?), “que irán a parar a bolsillos privados, junto con el enorme patrimonio del Canal”.

Y es curioso que no hayan caído en cómo la gestión de esta última empresa, que venía siendo pública, se ha llevado de modo que arroje esos beneficios: por ahí tal vez podría entenderse algo. Me recuerda al caso de la Renfe o como se llame ahora, en la que ninguno de estos protestantes o indignados parece haberse fijado hasta ahora, cosa que me resulta también curiosa y sospechosa a la vez. ¿Es pública o privada la gestión de la red ferroviaria? Muy pocos reconocen saberlo, y yo a estas alturas, tampoco sé contestar. Pues tal como la susodicha Renfe, esa empresa del Canal viene ostensiblemente moviendo una gran cantidad de dinero en la Cultura, es decir, en la Publicidad de la Cultura, y yo supongo, en mi ignorancia, que eso debe de ser lo que la hace rentable. De cómo la gestión de la dicha Renfe nos ha venido escamoteando desde hace muchos años el tren con ese costante cierre de líneas regulares, con esos precios prohibitivos para la mayoría, y con esa dedicación en esclusiva al desarrollo de la alta velocidad entre grandes núcleos urbanos, a consolidar los cuales también se dedica con sus redes de cercanías, dejando abandonado el resto de las poblaciones, de eso ni se oye hablar ni se lee nada. Y eso es preocupante, porque la política de trasportes, es decir, el negocio del Automóvil y la carretera, es uno de los desastres más sangrantes que sufrimos, y no lo digo sólo por los muertos y heridos que produce. Los gastos y beneficios de esta siniestra empresa, no sabemos si pública o privada, parecen guardarse más en secreto que los del Canal.

Pero a lo que iba: ya que preguntan si es para ahorrar y medio responden que no, que “la crisis es una escusa para la privatización de los servicios públicos” (y perdonen que me niegue a escribir “excusa”, para no dar pretesto a nadie para pronunciar cosas como ekst o eksk, que no se dan en esta lengua: una lengua que es hablada, oral, como todas, y no como mande la escritura sino como la gente ha decidido hablarla en esa asamblea subcoscientemente reunida donde puede encontrarse al pueblo; una cosa eso de la lengua que las reglas de ortografía no hacen más que estropear y traicionar porque los señores académicos no la entienden) tendrán pués, digo, que preguntarse mejor a qué vienen esos movimientos o cambio de manos o bolsillos  a los que alude el término Privatización.
Desde luego, es un término engañoso por anticuado: como creo que puede verse claro con el caso de la Renfe y más aún con el del  metro, hoy llamado Metro de Madrid, otra empresa siniestra a más no poder de la que están muy orgullosos los políticos, no se trata seguramente de eso, en primer lugar porque la noción de Servicio Público hace mucho que ha desaparecido en este régimen (aquello de mantener con los impuestos unos servicios que tenían que hacer un gasto sin mirar a los beneficios sino a la utilidad pública): aquí no hay más que empresa, sea nacional o internacional ¿eh?, los ejecutivos de la administración no se distinguen en nada de los ejecutivos de la empresa, y no hay público tampoco hace ya muchos años, y si la gente tuviera abiertos los oídos ya se habría dado cuenta. O los ojos: una empresa o un servicio públicos no tiene, no tendría que  tener, ningún gasto en publicidad. ¿Se han enterado de cuáles son los gastos en publicidad de todo eso de ¡Madrid! o La suma de todos (los fieles)? Hace poco publicaban los huelguistas del Metro unas cifras de lo que se gasta en eso el tal Metro de Madrid, que deben de ser representativas, aunque no hacen falta cifras para saber esto, que no hay más que  ver lo que hay por los andenes y pasillos: un puro soporte publicitario es ya el metro, para disfrutar del cual hay que pagar una entrada que vale el doble que los antiguos billetes. Otro tanto puede decirse de Correos: llenan los buzones grandes desplegables a todo color de publicidad de la empresaza, ya célebre también por el número de despidos.  ¿Quieren curro? Pues a colocar anuncios y hasta pegatinas que cubran una estación, como la de... Y si no, ya saben: de segurata o poli o puta o acompañante de ejecutivo, cada vez hay más demanda. De estos horrores estamos llenos –ay!

Como decía: no hay público: no se habla para nada de cosas útiles ni razonables pedidas por el público, se habla de número de “usuarios” a troche moche y sobre todo de “futuros usuarios”, porque  para los de Arriba, los ejecutivos servidores del Amo, o sea del Dinero, no hay otra gente que no sean súbditos del estado y clientes del capital (que es siempre el del futuro), proporcionadores de cifras para la estadística, un producto como cualquier otro, una mercancía, que es como nos tratan y es por tanto, mientras no se entienda y se les contradiga, eso en lo que nos han convertido: una masa de individuos que son sus poblaciones, y eso quiere decir dinero y futuros o muertos, no gente viviente que siente y entiende. Y eso no es público, señores, son, probablemente, cuentas de publicidad para unas empresas, eso les asegura de que existen: fíjense en cómo la atención al público se la han cambiado por “atención al cliente”. La función del Estado es la Administración de Muerte, sólo que ellos la llaman Futuro.
Privatización, sí, lo primero de la gente, del público, trasformado en una suma de intereses particulares (eso es la famosa Suma de todos) que, como no puede estar hecha nunca, porque de verdad no hay todos, no es más que una mayoría. Que luego la mayoría con la que cuentan empiece a ser un poco menos mayoritaria no les importa mucho a los políticos: en el régimen democrático la mayoría es  la que vota y elige por mayoría, la mayoría son los creyentes (que nunca van a poder ser todos, como bien saben) y ésos se hacen pasar por todos, y ésos han elegido a un gobierno para que resuelva eso de la economía y ellos toman sus medidas.

Son arcaicas, es verdad, esas medidas o remedios, ilusorias: son, como decía un artículo que se coló en el País del domingo 29 de enero:
 ”Sin cifras, el mero sentido común descubre que estas medidas o remedios que les sacan hoy los dirigentes son los mismos que se recordaban como propios del antiguo régimen: restringir gastos, apretarse, como decían, el cinturón, y hasta ahorrar, remedios ridículamente impropios para el régimen actual, que se mueve por una circulación dineraria sumamente alejada de las cosas palpables y por el despilfarro y producción de objetos no pedidos ni dirigidos a más consumo que su compra. De manera que, si algo de humor le dejaran vivo a la gente, se reiría de esas medidas y remedios como de una cataplasma aplicada a un cáncer.”

Y por otro lado, la economía sigue por sus pasos de promover y  subvencionar lo que más dinero mueve (todo aquello que produce  publicidad para la venta), que si no se mueve perece el dinero, y eso no puede ser más que alejado cada vez más, como dice ahí, de las cosas palpables o útiles. Se está viendo cada vez más claro: el dinero no sirve para que la gente viva o se las apañe, sirve para lo que sirve, para que haya estados o empresas con su economía y su industria de la información o entretenimiento de las poblaciones, que es seguramente la principal industria del Régimen del Dinero.

¿Hay que sacar alguna conclusión? Si la gente añora unos servicios públicos y aún conserva un criterio de utilidad, tendrá que irse dando cuenta de que no pueden sacarlos de donde no los hay: ni una empresa ni un gobierno de un país tienen intereses que coincidan lo más mínimo con los deseos de la gente, que ellos ni imaginan que la hay. Bajo el régimen la gente o aprende a acomodar sus deseos a lo que esos intereses le quieran vender, o si no quiere perecer, se desentiende, se busca la vida por otros lados y deja que se hunda él solito el tinglado de Banca-Gobierno-Supermercado-Vivienda-Automóvil o moto para el chico-Pareja para todos. Mientras, puede ir descubriendo las mentiras que le cuentan y perdiendo la fe. Tal vez sin fronteras, sin estado ni capital... se podría ¿no? vivir sobre la tierra. ¿O es que la gente se traga eso de “una unidad de destino en lo universal” que es como definían antaño eso de España, pero que vale lo mismo para Francia o Portugal o Venezuela? Porque si se cree eso y se trata de que se salve España o el Perú, pues nada: esta fatalidad, siempre lo mismo, pero peor cada vez.

sábado, 28 de enero de 2012

LA VOZ DE LA REBELIÓN A ver si se puede oír esto:

Por la razón y el sentido común podemos decirle que no a este régimen que padecemos, a todos esos planes de economía futurista que nos invaden desde lo alto, desde donde Estado y Capital (que son lo mismo en todas partes) mandan y nos mandan encima que estemos informados y preocupados, como si nos fuera la vida en lo mismo que les va a Ellos: en el futuro de su dinero, de su euro o de su dólar o de su yen o como se llame, en el futuro de las ventas demenciales de sus averiados productos, de esos que están llenando de basura los sitios donde se podría –¡quién sabe!- vivir.

Podemos porque se puede decirle que no, simplemente que no, sin necesidad de proponer nada a cambio (ya la gente sabe por lo bajo cómo apañarse sin Ellos o puede irlo sabiendo a medida que tenga que hacerlo): sólo hay que perder un poco el miedo personal y dejarse decirlo, porque ya está bien de que nos traten como a idiotas acojonados, que tiemblan por su futuro, que no piensan más que en la seguridad (¡ja!) que puede darles una cuenta corriente, en tener para pagar y seguir comprando chismes inútiles a costa de venderse y matarse por un puesto de trabajo de los que ellos promocionan y crean y nos obligan a tener o no tener, como a idiotas que están llenos de eso que tanto nos animan también a tener: sueños e ilusiones personales (ejem!), y que, por tanto, no se enteran de nada de lo que les están haciendo. Todos los días, por todos los medios, tratan de demostrarnos que eso es lo que somos: unos auténticos individuos (Ellos dicen “personas”, que es una cosa muy santa), y que no hay más en la gente que eso.

La penuria de cada día, la miseria que vemos dentro y fuera, hay que verla –nos dicen– como si fueran el bienestar y la riqueza mismos por el miedo a perderlas, a quedarse sin ello. No hay más que ver esos lamentos que se promocionan por ahí, que hacen a tantos salir indignamente a reclamar más empleo, más educación, más sanidad pública a las calles, olvidados de que tal vez no hace mucho, antes de que les informaran sobre recortes y demás amenazas futuras, ellos mismos podían haber estado echando pestes de todo eso que llaman empleo, educación o sanidad, lo mismo públicos que privados. Es lo que está mandado pensar: que hay que dar gracias al señor y seguir así, progresando en lo mismo, porque, si no, podríamos volver a las cavernas. Pero qué pasa si en vez de engañarnos tanto perdemos de verdad ese miedo a quedarnos sin lo que ellos nos venden, que, bien mirado, no puede ser nada de verdad bueno ni deseable para nadie. Todo el mundo sabe que son sustitutos. Sirven para llenar unas vidas contabilizadas previamente, que consisten en un tiempo vacío en que temer o esperar un futuro y otro futuro, que eso no merece llamarse ni vida, que es una existencia astracta y sosa a más no poder. El dinero acaba con las cosas.

Para perder ese miedo, no hace falta más que dejarse pensar y decirlo el alivio y el ahorro que sería para todo el mundo no tener que seguir contribuyendo a sostener tanta insensatez, que no haya papeles que hacer a todas horas, que no haya que ir a ningún sitio por obligación, ni trabajo ni vacaciones ni semana laboral que engorden los bancos, que no haya oficinas ni bancos ni ministerios  ni más ventas de automóviles y demás inutilidades. ¡Eso sí que sería economía de la buena, sin estados ni fronteras, la de la gente viviendo en la tierra, libre de todos esos estorbos de Estado, Trabajo, Dinero, Familia, libres del Hombre y su Historia! ¿No sentís cómo tiemblan los padres de la patria eterna, los ejecutivos creyentes en el Futuro? Quien diga que no se puede será que tiene algún interés en mentir, porque poderse, claro que se puede, que nada de verdad lo impide.

Sólo que a la gente le han dicho que algún gobierno de lo alto, algún orden tiene que haber hecho de leyes y policías, porque si no, el caos, la ley de la selva y el comerse los unos a los otros. Pero no puede ser tan tonta la gente para creerse eso ni dejar que nadie se lo crea ¿no?, porque eso nunca se ha visto más que en fantasías o películas: el único caos y la única jungla que conocemos son éstos que han producido la administración de los estados al servicio del Dinero con toda la violencia impuesta, los tenemos delante cada día sus horrores, sólo con fijarnos en el tráfico mismo. El miedo a los fantasmas de lo que podría pasar si no nos defendieran las leyes y sus fuerzas armadas de esos fantasmas que ellos mismos fabrican para asustarnos, sólo ese miedo vano, esa fe en que así estamos seguros contra los fantasmas de guerras y hambrunas que salen en la televisión, parece ser  más que nada lo que permite que la pesadilla real continúe. 

Pero no puede hacerse creer por siempre a la gente que el terror en que “vivimos” es normal. Como decíamos al principio, aparte del miedo personal que nos han metido, vive entre la gente la razón y el sentido común que pueden decirle que no a toda esta organización del Dinero, sin  miedo ninguno, porque es horrible y mentirosa, y caiga quien caiga. Algún día habrá que despertar y decirlo ¿no?: pues que sea ahora. ¡Abajo la mentira!

¿O es que no se piensa que a lo mejor las mujeres y sus hombres, libres del dinero, podrían vivir y dejar vivir? Porque lo que es con Él...

Otro día seguiremos razonando, que ya se sabe que no se derriba el régimen de un soplo, pero mientras tanto cabe por acá abajo corroer la fe en las mentiras que lo sostienen y dejarlo que se hunda.

¡Salud y a ello!

martes, 17 de enero de 2012

Madrid, 8 y media de la mañana

EL AIRE APESTA A COCHES

¿Qué podemos hacer más que denunciar al Automóvil, atacarlo como lo que es, no un medio de trasporte sino una idea vana que está apestando la tierra? Lo tenemos delante todos los días, año tras año en mayor cantidad, pero no podemos tomárnoslo como quieren que nos lo tomemos, como si fuera la naturaleza misma ¿no? Tampoco es ningún beneficio del progreso, no es un istrumento útil al que no se pueda renunciar, ni un mal necesario que tenga su arreglo en ningún futuro, con unas cuantas obras más o unas cuantas campañas educativas más o menos ecologistas. Como sabe todo el mundo (da igual que no quieran reconocerlo o no puedan), es claramente un atraso, un retroceso teniendo en cuenta que antes de él se había ya dado con buenas soluciones al asunto del trasporte, en los tiempos del progreso de los bisabuelos, inventos que estaban a la mano y no había más que desarrollar, mil veces más potentes y eficaces. Pero no: han tenido que cargarse los trenes y los tranvías para imponernos el trasto, el auto personal, y con él la fatigosa tropa de camionazos, autobuses, autocares o como los llamen, y, de remate, carreras de coches y motos como espectáculo favorito. Es, ni más ni menos, una imposición del régimen del Estado y del Capital, que necesita eso para seguir desarrollando su plan ideal para todo el globo, y es por tanto una necesidad del súbdito ideal de este régimen, el que se cuenta por millones. Lo han impuesto y aquí está esta peste en el aire, este constante peligro de muerte al ir a cualquier lado, la arritmia insoportable del tráfico y de los semáforos, este horror de que los autos hayan invadido casi del todo el espacio público, los sitios donde podía –quién sabe– vivir la gente, y de que los campos sean ya desiertos atravesados por carreteras, sin caminos, sin caminantes. Poco más de un siglo lleva en el mundo y ha trasformado la haz de la tierra.

Los indios pata-de-goma,
vistiendo chapa de acero,
por caminos de betún
ruedan rápidos y serios. ¡Atrás, a contratiempo!

No puede esperarse que ningún grupo más o menos progre de los que tanto abundan entre demócratas (ni más o menos carca tampoco) se ocupe siquiera de esta cuestión, porque, formados como están por una mayoría de beatos informados por la industria de la información (¡tan bien que la describieron Horkheimer y Adorno en su inolvidable escrito!), no son capaces de decir lo que las narices huelen, los oídos oyen y los ojos ven: para ellos el Automóvil es tan inamovible, hasta tal punto forma ya parte de su mundo, que sólo pueden considerar una y otra vez medidas de mejora del invento, igual que los políticos con los que compiten en insulsez, no vayan a darse cuenta como aquí hacemos de que se trata de algo que sobra en el mundo, que sólo sin él “otro mundo es posible”.

¡Y cada vez somos más automóviles!

En el automóvil se ve como en ningún otro sitio la estupidez a que conduce la idea de la propiedad privada (eso de “lo mío” que resulta de confundirme a mí con el nombre propio del DNI): ahí los tenéis, yendo todos más o menos al mismo sitio pero cada cual con un vehículo de su propiedad (o la del banco). Les han vendido eso, la idea de que el automóvil es una de esas cosas que los ingleses llaman commodities, y al señor, es decir a cada uno de los que creen en sí mismos o quieren creer y que se crea en él, le gusta mucho su coche, la potencia o la importancia que le da el lanzarse por las calles y carreteras sentado en su sillón como en un trono, ocupando como veinte cuerpos, aunque tenga que ser a paso de tortuga, siendo tantos miles los que (¡qué casualidad!) tienen esactamente el mismo gusto y opinión que él: “a mí el coche que no me lo toquen”. “¿Y para qué quieres tú tener un coche?” le preguntaba una vez a un pobre chico que andaba en ésas de quererlo: “Para ser alguien.” respondió. Da igual que, al cabo de los años, algún automovilista que otro tenga que reconocer que está harto, que le han colocado un latazo inmortal y que no puede más, o que los muertos y maltrechos de la carretera (¿quién no cuenta varios conocidos?) sigan ahí fijos y previstos en las estadísticas, para mayor negocio de los espertos en la seguridad y los seguros, de los fabricantes de sillas de ruedas y de los servicios de ambulancias y funerarias.

Pues no hay problema menos debatido, más disimulado con zarandajas: eso es tabú. Tal vez los únicos que por acá intentan llamar la atención sobre él y maldicen de la invasión del auto en Madrid sean esos de la bici-crítica, a su manera, juntándose por miles el último jueves de cada mes “a tapar la calle” con bicicletas. Poco más asoma a la luz pública, a pesar de lo mucho que algunos han hecho por decirlo y escribirlo bien claro. Indagar por ahí es peligroso: adónde iríamos a parar si se cuestiona la necesidad del Auto Personal y de seguir vendiendo autos; por ahí podíamos incluso poner en duda el beneficio indudable de tener un puesto de trabajo al que acudir en el auto de uno; o, puestos a pensar, pensar que el renombrado problema del paro (o de la economía en crisis) es otra imposición del régimen del que hablamos (el que tenemos encima), un fantasma emanado de esos medios de formación de masas, la prensa y la televisión, que la publicidad del auto financia y sostiene y que sostienen el mundo del auto. ¡Cuántas mentiras saldrían al la luz! Podríamos llegar a recordar incluso que las máquinas podían ser útiles para ahorrar a la gente trabajos y complicaciones, o que no hace ninguna falta una organización estatal, ninguna banca siquiera para eso de ir viviendo. ¡Hasta el dinero podríamos llegar a decir que no es necesario!, porque, claro: ¿para qué sirven el dinero y los puestos en que se gana si no es para mantener un auto o dos o tres, los que a la familia le hagan falta? La Familia misma, la Democracia, la Civilización, el Porvenir, quedarían sin disculpa alguna sin él, sin el rey de la Creación, sin la fe en el Automóvil. Y la Persona: para ser alguien, una persona real y no cualquiera, es menester en esta tribu tener un carro como el rey Agamenón: ésa es la idea (aunque tenga que ser uno mismo su propio chófer, por eso de que “estamos en democracia”).

Pues sí: en el Automóvil se reconoce al Individuo, fabricado en serie, cada uno con su número, por el poder del dinero, que falsifica la vida de la gente convirtiéndola en esa cosa individual y astracta de la que trata la estadística, con la que cuentan desde lo Alto los Estados del Capital para su planificación, para la conversión de las cosas en dinero: existencia de uno, que es, por una cara, él y nada más que él y, por la otra cara, lo mismo que todos los demás en cualquier conjunto o población en que se cuente, uno de ellos, una contradicción con la que no hay quien viva: el individuo tiene sus funciones previstas en el régimen, es esa istitución bajo la cual la vida se me convierte en mi futuro, en la sombra de mi muerte (tal como está prevista en la estadística), las posibilidades de andar por ahí se convierten en: necesito un coche.

No: no se puede honradamente reconocer esto del individuo, como tampoco al automóvil, como si fuera “la naturaleza misma”, algo inocente en sí. Fatalidad fabricada es lo que es esta condena a vivir como individuos entre millones de automóviles, como automóviles entre millones de ellos, que no es vivir. ¿Qué es “una unidad” más que una falsificación creada por la Contabilidad y la matemática a su servicio, un ideal que esta administración nos impone, esto que sufrimos aquí abajo, contra lo que nos levantamos porque reduce las cosas a dinero, a nada? No hay modo de atacar la propiedad privada sin atacar al propietario, al individuo con su auto o al auto con su individuo: la imposición del ideal. A estas alturas de la locura, no es muy difícil darse cuenta de que son los automóviles los verdaderos habitantes de las urbes y los componentes de las poblaciones de los estados, que a los hombrecillos de carne y hueso los destinan a ser una de las piezas del auto (el verdadero individuo), encargadas sólo de algunas funciones a su servicio, y son los autos mismos los que eligen a sus gobiernos en las votaciones (esos gobiernos de Coches Oficiales), los que van a comprar, los que van a trabajar, los que van de vacaciones y los que celebran las fiestas del calendario y los triunfos deportivos. Ecce homo. Y en cuanto a su señora…

Ya decía Teresa Panza

“…me tengo de ir a esa Corte, y echar un coche como todas; que la que tiene marido gobernador muy bien le puede traer y sustentar.
Y ¡cómo, madre! –dijo Sanchica; ¡pluguiese a Dios que fuese antes hoy que mañana! aunque dijesen los que me viesen ir sentada con mi señora madre en aquel coche: Mirad la tal por cual, hija del harto de ajos, y ¡cómo va sentada y tendida en el coche como si fuera una papesa! Pero pisen ellos los lodos, y ándeme yo en mi coche, levantados los pies del suelo. ¡Mal año y mal mes para cuantos murmuradores hay en el mundo! y ándeme yo caliente, y ríase la gente. ¿Digo bien, madre mía?
-Y cómo que dices bien, hija! respondió Teresa; y todas esas aventuras y aun mayores me las tiene profetizadas mi buen Sancho; y verás tú, hija, cómo no pára hasta hacerme condesa; que todo es comenzar a ser venturosa…”


Sería hermosa una revuelta contra el Automóvil, descubrir que aún quedaba algo en nosotros que no era individual, que no era una pieza del Auto y su reino, que no se parecía tampoco a su Señora ni a su Hija, y que por tanto sentía y entendía el error y el horror que nos han metido. ¡El dinero que mueve la propaganda para hacernos creer que “ha salido un auto nuevo”!¡Tantas guerras mortíferas, además, alrededor de los pozos del oro negro, para que sigan circulando en esta paz aterradora, ruidosa y pestilente!
¿Hace falta recordar todo esto?
No puede la razón, el corazón, dejarse apabullar por muy imponentes que sean los números, las cifras de la barbarie. En medio del terror apenas recubierto en que vivimos se alimenta de deseos y del recuerdo de todo lo prohibido.

Sabemos que en algunos sitios alguna gente que andaba por ahí suelta, sin caparazón de lata, se ponía en la desesperación a quemar autos (siempre pocos, siempre se echaba de menos que ardieran también gasolineras, autoescuelas, cartelones de propaganda, concesionarios de ésos y fábricas de coches o autobuses al grito de ¡Muera el automóvil!) y era de ver la indignación de los autos, cómo se espresaban por todos los medios llamándolos vándalos y cosas peores, ante el regocijo de lo que nos queda de vivo. Si pudiéramos hacer una gran pira con unos cientos de ellos, tal vez sería poco también, pero qué menos para hacer oír este hartazgo de su presencia, este ¡no al automóvil! que no puede menos de clamar: ¡que no se fabriquen ni se vendan más! ¡al carajo la economía! ¡muera el Ser, el Estado y el Capital!

Con pira o sin ella, por el mero fuego de la razón, ¡que muera esa idea funesta! Que es que algunos ya no aguantamos más este régimen de la administración de muerte a toda velocidad y nos da muy poquito miedo que se hunda. ¿Qué pasa?

¡Ah, que usted es usted y sí lo aguanta todavía unos años?
Usted sabrá sus cuentas y lo que le compensa cada día mientras sigue engordando el Parque Móvil con su Policía.

¿Que le da demasiado miedo que se hunda?
Será que no ha pensado mucho en qué consiste ¿no?

¿Que es que incluso sabe de buena tinta que éste es un régimen ya para siempre, o que siempre ha sido así, como nos han contado? ¿Que no pueden con la chapa y las ruedas de los automóviles hacerse ya otras cosas?
Permíta que la gente se ría de ese saber suyo y que le llame por su nombre: es una fe. Será que lo que pasa es que tiene usted mucha fe en la autoridad, fe en Dios (o en el Futuro o en el Hombre o como usted lo llame) y muy poquita confianza en lo de abajo, en la gente y en las cosas amables que con esa fe está usted condenando a servir a Dios por muchos años mientras usted se dedica a disfrutar del amor de lo suyo (de su auto) en el reino del dinero. Si es así, pues nada: ¡feliz atasco! y ¡no olvide hacer deporte!