La palabra, que en latín sonaba sobre todo al ´ir en fila´, como los
ordinales de la serie, y se tocaba con la idea de ´principio´, se ha
dividido en dos en nuestra lengua, por el Género, pero más vale que
no olvidemos la relación entre ´el orden´ y ´la orden´.
El afán por ordenar el mundo recorre la Historia entera, desde las
primeras leyes escritas, pasando por las filas y cuadros de las
legiones, hasta el encierro del mundo en una red de ordenadores; y es
nuestro error y engaño primordial: creer (1º) que se puede, esto es,
que podemos, ordenarlo, del todo (si no es del todo, los fallos
aumentan el desorden incalculablemente), y por orden superior, por
principio ( pero, sin fin, no sabría el principio hacia dónde tirar la
línea: el fin es lo primero), y creer (2º) que está de por sí
desordenado: un desorden que será con respecto al orden que, con
nuestros generales y geómetras a su servicio, le imponemos; porque
del desorden o caos que sin nuestra ordenación habría ¿cómo vamos a
saber nada, si estamos metidos dentro del orden de la Historia y de
sus Leyes?
Tienden los corazones o sentido común a sentir que lo que hay por bajo
de nuestra ordenación militar y administrativa es un orden de veras
rico, flexible, inmenso, desconocido, que nuestr@s órdenes machacan y
estropean costantemente; sin caer tampoco en creer que ese orden sea
el de los números de Dios o de sus hombres.
Si acaso, lector, te estrañas de que algunos hombrecillos de los que
Policía o Medios titulan de ácratas o anarcos seamos de los más
vencidos de amor por el orden, en cosas, vidas, palabras, canciones,
razonamientos, deja de estrañarte tanto: el solo desorden, confusión y
caos que conocemos es el producido por la administración, leyes,
programas, y fe en el fin de todo, embrollos de tráfico, ahogo de
vidas en reglamentos y ordenadores…: de lo otro, no sabemos nada: por
eso nos enamora.
jueves, 7 de octubre de 2010
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